miércoles, 19 de noviembre de 2008

PARADOJA

El estilo que hoy buscas,
La generosa forma
Que apropiarse desea de tu talento,
Será también, mañana,
Tu condena más terca:

Será
La libertad del pájaro en su jaula.

4 comentarios:

carmen dijo...

Amamos la libertad como amamos a la humanidad, a la paz, al mar o un paisaje, después viene lo decisivo: quererla. El verbo amar implica una exaltación de los sentidos, una pasión, un temblor orgánico.
Querer es un acto de la voluntad, un compromiso ético y una elección. Si queremos la libertad nos dejamos de miradas encenddas y camisetas del Che como si fuera Jesucristo y nos enfangamos hasta los ojos. Si queremos a alguien no tiene remedio, hemos hecho la elección.

Y, a veces, ocurre que el compromiso con lo que queremos nos convierte en libres pájaros enjaulados. También esto es una paradaja

José Manuel dijo...

¿De verdad somos libres? No sé si lo fui algún día, pero hoy por hoy mi libertad se circunscribe a elegir qué ropa me pongo cada mañana (dentro de un orden), y poco más. Hace poco leía un artículo en la prensa en el que un reputado neurólogo y psiquiatra aseguraba que “a los seis años la suerte está echada: somos lo que seremos”. Inmediatamente cabe añadir que esto no nos exime de nuestras responsabilidades, entre las que se destaca la búsqueda de la felicidad, pero a pesar de todas esas estrategias de las que presumiblemente disponemos, lo cierto es que nuestro margen de actuación está severamente acotado.
Con motivo de la celebración de que se cumplen veinticinco años de mi promoción de COU, aparte de promover la típica cena (a la que aún no me he decidido a asistir a pesar de su inminencia), los organizadores han publicado una colección de fotos de la época en una página web. Y de pronto, repasando las caras de esos críos con los que conviví durante trece años, algunas obviedades se me hacen aún más evidentes. Os parecerá una verdad de Pero Grullo, pero entiendo al examinarlas algo tan elemental como sorprendente: que hay, que siempre ha habido, vidas distintas a la mía. Gente que ha planteado esto de vivir con otro talante, con la misma naturalidad fatalista que a mí me ha hecho imposible poner en práctica algunas actitudes de aspecto gratificante que, por algún motivo, resultaban inviables cuando yo lo intentaba. He hecho lo que he podido de mi vida; algunas cosas me han ido bien, otras podrían haber salido mejor, sin duda, pero ¿aceptar la entera responsabilidad de todo ello? No, no pienso mortificarme por eso. Defiendo lo mío con dignidad y cierto sentimiento de heroica vulgaridad, llegado el caso. Trato de disfrutar -eso sí está en mi mano- pequeñas cosas que me conceden una gran felicidad (la felicidad siempre se muestra enorme, a poco que se insinúe). Esta mañana he llegado cantando y bromeando a la oficina; anoche Fernando estaba nervioso por una fruslería que implicaba un cambio en su rutina escolar, y yo con dolor de estómago, lo cual no auguraba lo que finalmente sucedió: que los dos hemos dormido como bebés y nos hemos despertado de un humor espléndido. Eso hay que disfrutarlo, y con mayor solaz según uno cumple años y es más consciente de su vulnerabilidad.
En un comentario de Sebastián a una entrada previa, no sé si os pasó más o menos inadvertido este párrafo:
“Estoy en una edad en la que ya no exijo nada. No es conformismo. Es estrategia. Mi tiempo se agota y no quiero perderlo con vanas esperanzas ni resentimientos que pueden llegar a ser perjudiciales. Creo en lo que hago. Y punto. Si se nos cierran caminos, habrá que abrir otros nuevos. Ése es el reto. ¿Qué son, si no, estos retales?”
Lo comenté con mi hermana y ambos coincidimos en que nos habíamos sentido identificados con esa sensación de que, con la edad, el recurso tiempo se hace más valioso en cuanto que escaso, y reconocimos esa misma perspectiva ante la necesidad de abrir caminos donde parece imposible, en el interior de una jaula, por ejemplo, de esa jaula cuyo aspecto -porque en eso consistió nuestra presunta libertad- nos dieron a elegir según un catálogo bastante restrictivo. Y si en algún momento parece que todas las alternativas permanecen intransitables (incluso las literarias, por retomar un poco el tema inicial que Pedro propone) habrá que reencontrarse con lo más profundo, inalterable y libre de uno mismo y tratar de avanzar a tientas guiados por el instinto a falta de mejor baliza.
¿Que esa aparente indiferencia hacia los barrotes no es otra cosa que una pose que disimula la intención dudosa de hacer de la necesidad virtud? Puede ser; digo como Sebastián, no quiero perder mi tiempo en justificar mis razones. Para no dar por perdidas nuestras aspiraciones, desde las más humildes a las más ambiciosas, y disfrutar de los buenos momentos entretanto, para eso somos libres. ¿Quién renunciaría a ello, por poco que parezca, si es todo lo que uno tiene?
Por cierto, ¿de qué hablábamos?

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Ni te imaginas lo identificado que me siento con el vaticinio de esta sencilla fábula, cuyo hipérbaton central es clarificador. Y me viene a la mente, además, una anécdota infantil que tal vez amplíe el alcance de la excelente metáfora de la jaula y el pájaro: una tarde de verano, en el pueblo de mis abuelos, encontré un gorrión con el ala partida, lo llevé a casa y el abuelo, por complacer mi capricho de curarlo, entablilló ese ala; luego, rescató del desván una jaula desvencijada que ni puerta tenía, le encajó un bebedero y le introdujo un lecho de algodón, así como un pequeño recipiente colmado de alpiste; entonces metió adentro el gorrión tullido y situó la jaula encima de un tejado bajo de uralita. Y el dichoso pájaro sanó, y una vez liberado de la prótesis, aprovechó la ausencia de puerta y echó a volar, sí, pero luego regresó, volvía continuamente a aquel lecho caliente, a aquella comida copiosa y gratuita que nosotros, maravillados, seguimos reponiendo, de manera que lo único que no quiso hacer dentro fue morir. Pues bien, si traigo a colación esta anécdota (juro que no es una mera y ñoña ficción) es porque ahora, metaforizando gracias a tu poema, concluyo en que ese pájaro soy yo, y que muy a menudo -más de lo que quisiera- me empecino en obviar que la jaula del estilo sigue abierta a perpetuidad.

Pedro López Martínez dijo...

Con comentaristas como ustedes, está visto, da gusto alimentar un blog. Me regocija la brillantez y el rigor de vuestras palabras, que sin duda enriquecen y dan lustre al paisaje por do camina mi alforja. Salud!