martes, 14 de octubre de 2008

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A mediados de enero recibí un correo de M en el que me informaba a su vez de un escueto mensaje de T, el amigo común de los tiempos aquellos de la Facultad. El texto, directo, sin vanos artificios, se hacía eco de la efeméride inminente -el próximo verano habrán transcurrido veinte años desde nuestra licenciatura universitaria- y proponía la ocurrencia de volver a reunir en una cena a los componentes vivos de aquella generación de Letras, así, con la mayúscula. Yo respondí de inmediato a la llamada, ensalzando la buena nueva y sumándome a esa voluntad sana de recuperar de algún modo la intensísima memoria de un lustro tan lleno de proyectos e ilusiones, muchos de ellos sesgados por la inercia de la propia vida, pero todavía latentes en nuestros corazones. Añadí que, por mi parte, podía rastrear las direcciones y convocar con éxito a C, a F y a S, pero que del resto no tenía noticia desde más de una década atrás. A las pocas semanas se coló en la bandeja de entrada de mi correo electrónico la misma invitación, ahora formulada por O, quien después de varias pesquisas se congratulaba de haber dado conmigo y también con L. La red de antiguos compañeros estaba tan bien tejida que a finales de febrero ya nos habíamos citado por varias vías los veintiséis que aún quedábamos, pues de CH, LL y RR nadie se atrevió a insinuar nada.
Por fin, la noche del sábado 26 de junio me dirigí al restaurante en el que nos darían la cena. Nada más llegar se me acercó M, me abrazó muy efusivo y me llevó hacia la barra: allí saludé sin demasiada convicción a A, que había engordado algunos kilos; a T, que no daba crédito a la evidencia de mis canas; a S, tan risueño como de costumbre; y a D, que se había desplazado desde las Islas Mauricio nada menos. Mientras tomábamos unas cervezas para hacer tiempo fueron entrando en el local, en este orden, G, R, Z, B, E, C, F, H y L. Con la tercera tanda de cervezas, opinó T que ya era hora de sentarse, así que enfilamos el pasillo hacia un reservado y nos fuimos situando en el orden que los nada imaginativos responsables del establecimiento habían predeterminado para el grupo: según el alfabeto. Durante ese intervalo llegaron, más o menos escalonadamente, X, P, K e Y, que saludaban con incredulidad a los que nos levantábamos para estampar dos besitos al aire de la mejilla o para estrechar una mano tibia o para darnos el mutuo abrazo del reencuentro. J e I entraron juntos, y juntos se sentaron, y conviene resaltar aquí y ahora que durante toda la noche estuvieron muy pendientes el uno de la otra, o viceversa. Con un retraso de media hora surgió V, tan elegante como todos la recordábamos. Y unos cinco minutos después, cuando el camarero se llevaba la nota de los platos, se presentaron con su sonrisa incómoda U y Q. De repente, T sorprendió dos espacios vacíos, y casi como si una acción condujera a otra, todos y todas desviaron su mirada hacia mí, pues en efecto me había quedado como un islote con el ceño fruncido: sólo faltaban la N de mi derecha y la O de mi izquierda.
Como había pedido pescado, opté por un Ribeiro; no entiendo de vinos pero hasta ahí llego. Observé que los demás preferían seguir con la cerveza, quizás porque el día estaba siendo caluroso en extremo. Tan sólo X solicitó un tinto para acompañar la carne, y guiñó un ojo con ese gesto de picardía que siempre le había caracterizado. En ese instante surgió a mi espalda una O realmente espectacular, de ésas que quitan el hipo, envuelta en un vestido rojo púrpura y con una mantilla leve sobre los hombros. Me levanté para besarla y sentí que me flojeaban las piernas: nunca hubiera sospechado que aquella O del montón pudiera convertirse en la O que estaban viendo mis ojos y los ojos entre admirados y envidiosos del resto de la mesa. Al fin, al otro lado acabó sentándose N, el más impuntual, que se había dejado crecer una barba rala y que, con toda seguridad, usaba peluquín.
Durante el desarrollo de la cena hubo momentos para todo, desde el asombro exagerado por las revelaciones de G acerca del famoso punto, a la más absoluta hilaridad por las ocurrencias de H, está claro que algunos no cambiarán nunca. Luego, ya más sosegados, se produjo el cruce habitual de conversaciones: C agitando las manos para hacerse entender por M en su diatriba absurda sobre las letras y las ciencias; E quejándose amargamente de todo el trabajo que han de asumir las vocales, y que aún haya quien la quiera en su versión minúscula para darle nombre a un número, alguien debería darse cuenta de que no tenemos el don de la ubicuidad, zanjó; F contando sus progresos como fabricante de teclados para una multinacional; Z disputándose con A, codo con codo, el protagonismo de una velada en la que no podía faltar alguna alusión siniestra a los caprichos del diccionario. Y, entre tanto, yo dejaba que O susurrara a mi oído los pormenores de su vida de casada infeliz, con una prole numerosa, tratando yo de ejercer de seductor seducido e imaginando como una bendición la desnudez de su cuerpo bajo el vestido rojo púrpura que se agotaba en el ecuador de sus muslos. Hubo cava y café, y no recuerdo quién propuso sin mucho afán ir a bailar al Etimológico, un antiguo antro no lejos de allí; pero nadie le hizo caso. Tampoco faltó la promesa de repetir este encuentro todos los años en la misma fecha, efecto de la falsa euforia del momento, como apuntó la clarividencia de R. Antes de que cada mochuelo se volviera a su olivo, O me dejó una servilleta con un número de teléfono. Por fin, ya en la calle, mientras W se eternizaba en el servicio, K se empeñó en hacernos una fotografía caótica que nunca olvidaré, pues me permitió poner mi mano nada inocente en la cintura de una O cuyo teléfono, a día de hoy, todavía no he marcado.

16 comentarios:

Vargas dijo...

Sinceramente, creo que el protagonista haría bien en no llamar a O, porque el resultado sería, con toda seguridad, un romance ñoño (aunque no risible, como el de J e I). Pero en fin, tampoco tomes mi opinión al pie de la letra

Pedro López Martínez dijo...

¡ROMANCE ÑOÑO! Ése es el título que estuve buscando un rato y, por no hallarlo, me decidí a poner la fotografía del grupo (sólo faltan la W y la K), que sale un poco así de impronunciable.

José Manuel dijo...

Muy divertido.

carmen dijo...

¿Romance ñoño? ¡Tan mayores y tan ignorantes!(0 tan cobardes).
Siempre suponéis, los hombres digo, que una mujer cargada de hijos y aburrida de un marido sin imaginación, una pobre desvalida y algo tonta va buscando una amor romántico como una tabla de salvación , y vosotros os creeis una mezcla entre caballero andante y don Juan de tres al cuarto. Si triunfa la primera opción, decidís respetarla, o lo que es más probable, respetar al marido por aquello de que perro no come perro y hoy por mí y mañana por ti, que nunca se sabe qué estará pensando la santa de cada uno, pero si se impone la segunda se hecha mano del justformen y a triunfar, esto es, a contarlo en la máquina del café al día siguiente.
Cuando una mujer en la plenitud de su mediana edad se pone un vestido púrpura y desliza en el oído de su presa ciertos argumentos que vosotros habéis utilizado hasta el vómito, mi mujer no me comprende, no está buscando que la salven de nada. Está buscando al tipo que quiera echar un polvo glorioso sin sentirse culpable, el muy tonto creerá que ha hecho una obra de caridad, y del que luego pueda desprenderse sin traumas. Cosas de la igualdad.
Ah POr cierto! Lo del punto G es otro invento machista para justificar la falta de pericia.
Saludos a todos.

José Manuel dijo...

Si no fuera por lo que es, le diría a mi hermana: ¡Con dos cojones!

carmen dijo...

entre tanta letra junta, no sé si se hacen manos (juegos de ) o simplemente se echan (al cuello por ejemplo.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

A mí no me parece un romance ñoño, pero sí triste por esa mezcla entre nostalgia y derrota que subyace en el texto. A mí las letras me recuerdan a frustrados asientos de Real Academia, devenidas en teclado para multinacional. Y la mano en la cintura de O, nada inocente, resulta tan mezquina como patético el número apuntado en la servilleta. Finalmente, el machismo que apunta Cármen no soy capaz de verlo; lo que veo es cierta insatisfacción latente por parte de él, además de que su honestidad final lo redime: no la llama porque sabe que no buscan lo mismo.

Pedro López Martínez dijo...

Jopé!

Isabel Martínez Llorente dijo...

Supongamos... que empleas los pretéritos para darle un aire de lejanía al asunto.
¿No será que lo has escrito el 27 de junio y esperas que te animen-animemos a tener el coraje de llamar a O?
Y puede ser una LLAMADA(con resultado romance ñoño), o una llamadita (supongamos...ocasional, con resultado desconocido).

Por suponer... ¿Qué sucedería?

Enhorabuena, públicamente, por el magnífico blog.

Pedro López Martínez dijo...

Bienvenida -públicamente- a esta alforja, Isabel, donde de vez en cuando me encuentro con el comentario generoso -demasiado laudatorio, es verdad- de media docenas de buenos amigos.

(Ahora voy a pensar en serio si yo soy Ñ, y si necesito un empujón de ánimo para asumir determinado grado de coraje para llamar a O. Por lo pronto, creo que tengo celos de P, pues no se me va de la cabeza que P y O se fueron por la misma calle que L y V cuando acabó la cena... Y ese número me quema en el bolsillo desde aquella noche. En fin, que estoy hecho un lío).

Concesión al narcisismo en sus dos variantes de vanidad y orgullo: gracias también por lo de "magnífico blog" -públicamente.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Ñ es el narrador, desde luego: "un islote con el ceño fruncido", ja ja ja -es buenísima la imagen, lo mismo que la ausencia de W, que por eternizarse en el servicio no ha salido en la foto (lo raro es que su inseparable C no anduviera con ella)-, y el narrador jamás, o eso es lo que yo creo, puede ser el autor, por mucho que se empeñe el uno u el otro.
Por lo demás, Pedro, tarde o temprano, y con ingenios lúdicos como este, nos obligas a ser laudatorios.

Sebastián Mondéjar dijo...

Pues yo sí veo la inocencia en esa mano, inocencia traicionada por Ñ o por quien coño sea, pues prefiere, en el fondo, seguir siendo un amargado. Si finalmente pasa de llamar a O es por pura cobardía. Porque O es la única de los presentes que le suscita a Ñ, quien, como vemos, es extremadamente selectivo: él no abraza a M, es M quien lo abraza a él; a A la saluda sin demasiada convicción porque ha engordado; de CH, LL y RR ni se acuerda; T es un incrédulo y S un bobalicón; lo de D no tiene nombre, ¡menudo gilipollas!, ¡mira que venir de tan lejos para nada!; U y Q son unos falsos; X, K, P e I, unos incrédulos; V, una tardona, etc.; ¡ridiculiza a todo el mundo (y no digamos a G) de algún modo, salvo a O, precisamente, como digo, la única que le quita el hipo, la única por la que le flojean las piernas, la única que le suscita no sólo pasión o deseo sexual, sino que lo redimiría "como una bendición"; esto es: su ideal de mujer, aquella por la que le mirarían "con ojos entre admirados y envidiosos" los demás hombres. En el fondo Ñ es, además de (evidentemente) un machista, un resentido, un miedoso de la libertad y, lo que es peor, un traidor a sí mismo y a su mano inocente.

Sebastián Mondéjar dijo...

PD: ...De ahí su "ceño fruncido".
Yo no lo veo como un romance ñoño; sí, repito, machista; también patético y, efectivamente, narcisita. Y creo o prefiero ver que Ñ no es realmente honesto ni, mucho menos, fiel a sí mismo. Es un frustrado. Le falta coraje. Pero el final del relato (que por otra parte me ha encantado: es muy 'tipográfico') es también muy amplio. Deja patentes las dudas de Ñ y la posibilidad de que se decida a marcar ese número en cualquier momento.

Sebastián Mondéjar dijo...

Bueno, Pedro, supongo que has adivinado que he exagerado bastante mi visión por aquello que hablamos la otra noche con Carmen sobre "meterte caña". En lo fundamental, Ñ tiene un punto de presuntuoso reprimido muy notable. Y creo que, más que honesto, es huraño (con los demás y consigo mismo). Pero que no llegue la sangre al río. ¿Quién no ha sido Ñ alguna vez?

!dulaS

Pedro López Martínez dijo...

Sebastián, tu ultimísimo triplete de comentarios me ha hecho reparar en que O y H están juntos en la foto -OH-, y también en que al otro lado de mí aparece la abreviatura de la palabra teléfono, TLF. No quiero indagar qué pueden significar todos estos azares, porque estoy seguro de que lo son.
Ahora me voy a permitir una estupidez, no sé si solemne: nunca sospeché que una simple cita del abecedario en un restaurante céntrico daría tanto de sí; digo que es una soberbia estupidez porque yo llevo más de un cuarto de siglo juntando letras y más letras (en rigor, no sé hacer otra cosa), y todavía me sorprendo pensando que en ellas, en las letras, está todo, está lo que es y lo que no es, está lo que fue y lo que pudo haber sido, está lo que ha de ser y lo que nunca... En fin, todo.
Lo de que Ñ tenga un punto de "presuntuoso reprimido" me ha llegado al alma (el autor tiende a identificarse con el narrador, pese a los reparos legítimos de Orfeo) y me ha "desalmado" de argumentos. Pero, en definitiva, ¿quién no ha sido alguna vez una Ñ?
Salud, sabeS!
Y gracias a todos.

Sebastián Mondéjar dijo...

Ahí le has dado: "en las letras está todo, lo que es y lo que no es", lo que vemos y lo que no vemos.

No asumas tú solo toda la identidad de Ñ. El autor, en todo caso, es siempre sólo una pequeña parte del narrador. ¿Qué letra soy yo, el lector, cuando leo en primera persona el relato y a la vez analizo o psicoanalizo a Ñ y su forma de ver y desenvolverse entre las demás letras? Evidentemente, soy Ñ, pero en versión actualizada.

Todas las letras se miran entre sí, es el único modo de encontrarse a sí mismas. En el fondo todos somos todas y cada una de esas letras.

Y a todo esto... ¿dónde estaba la Ç?

¿Quién no ha vivido este tipo de reuniones y reencuentros, idóneos para la 'estereotipografía'?

El relato es magnífico. Y está impecablemente escrito. Confieso que me sorprendió su extensión y celebro que últimamente seas menos estricto a la hora de pasarte o de quedarte corto.

Respecto a lo de "presentuoso reprimido", siento mucho haberte "desalmado" de esa forma. Pero en cierto modo Orfeo ya había aludido a ello cuando hablaba de derrota y frustración, de mezquindad y patetismo, "de cierta insatisfacción latente por parte de él", ¿no te parece?

Pero no te creas del todo mi lectura. Lo único que hice fue focalizar y exagerar adrede.

Juro no extenderme tanto la próxima vez. Tomaré ejemplo de Superviviente.

Un abrazo.