jueves, 20 de diciembre de 2012
LA FIN DEL MUNDO
martes, 18 de diciembre de 2012
YO Y EL UNIVERSO
martes, 11 de diciembre de 2012
AHORA SÍ, TAL VEZ
lunes, 3 de diciembre de 2012
IDA Y VUELTA
martes, 27 de noviembre de 2012
MI FOBIA TECNÓFILA
martes, 20 de noviembre de 2012
EN BUENA HORA
Durante casi un mes he llevado en la muñeca derecha un reloj, el mío, con una hora de menos. Al principio procuré sin éxito desplazar sus manecillas, lo volví a intentar más tarde, desesperé como solo desespera la ignorancia, y poco me faltó para servirme de la fuerza de mis dientes o de las rudas tenazas que obedecen a la maña de mi padre. Sabía que no podía ser tan complicado, y esa certidumbre me enfurecía más y más, al calor creciente de la impotencia. Pero oculté mi olímpica torpeza y aguanté en secreto el retraso constante de una hora, hora tras hora, desde hace casi un mes. Hasta que la otra tarde, cuando paseaba junto al escaparate de una relojería, engullí ese resto de orgullo que aún me poseía y me decidí a pedir ayuda. La amabilidad del técnico me explicó que había que desenroscar primero hacia atrás y luego extraer así la corona (¿dijo corona?), como siempre se ha hecho, y entonces deslizar las agujas así, empujar la corona (creo que sí, que dijo corona) para que recuperase su sitio y atornillarla de nuevo, hasta la próxima. En apenas un instante que para mí duró un mes, ya no eran las siete y dos, sino las seis y dos. Salí al trasiego de la calle con sensaciones rejuvenecidas.
jueves, 8 de noviembre de 2012
FLORES EN OTOÑO
Es cierto que cuando éramos niños llovía de otro modo, con otra saña y acaso con otra voluntad. A veces, a finales del verano y comienzos del otoño, en aquel pueblo rodeado de montes, la lluvia venía a menudo acompañada de su arsenal de truenos y relámpagos, y mi madre se persignaba casi nerviosamente alegre mientras le rezaba su fe supersticiosa, con un murmullo mecánico, a Santa Bárbara bendita, la que en el cielo estaba escrita y no me acuerdo de más. Sin transición ponía en la sartén el aceite y los granos para hacer saltar las flores de maíz (nunca ha sabido o no ha querido nombrarlas palomitas, como en las películas de la tele) con azúcar, con tanta azúcar que se formaban enormes terrones de caramelo floreado. Entonces, apoyados en el alféizar del ventanuco más alto de la casa de la infancia, mi madre y yo nos íbamos comiendo la fuente de flores mientras contemplábamos los ríos de agua en los surcos del tejado de enfrente, sus chorros cayendo, precipitándose desde los diez o doce metros hasta esa calle por donde esporádicamente circulaba, sepultado por el ruido, el misterio de algún paraguas negro.
sábado, 3 de noviembre de 2012
DE MIS MUERTOS
No soy amigo de visitar cementerios ni lugares de culto (templos, estadios, centros comerciales...), y tampoco me gustan las aglomeraciones que no sean reivindicativas de causas justas, así que estos días de necrofilia importada y de ostentación sepulcral me he limitado a poner en orden la secreta cronología de mis muertos.
Hay un dicho que señala a los que no tienen o no necesitan de ninguna abuela, porque ellos solos se arrojan las flores de la vanidad; y es el caso que, si me paro a pensarlo, hasta el día de hoy yo ya he despedido a cuatro, mejor aún: a cuatro abuelas y a tres abuelos. Alcancé a conocer a la abuela vieja, que era como llamábamos en mi casa a la bisabuela Juana, la que un día se hartó de su falsa dentadura y la tiró a un barranco, la que se fue centenaria, hacia 1987. A ella la siguieron, en hornada sucesiva, la mama Cruz, en realidad María Cruz, la más joven y la más vulnerable, en abril de 1995, cuando aún no había entrado en la octava década; el abuelo Pedro (junio de 1996), el papa Jesús (septiembre de 2003) y la abuela Salvadora (agosto de 2005), estos tres instalados en la longeva redondez de sus noventa años. También quiero añadir a una nonagenaria abuela Carmen, cuya sangre siempre amable y prudente no discurre por mis venas pero sí por la de mis hijos; y al tío Silvela, aquel solterón, cascarrabias pero agradecido, que negoció la buena amistad de mi padre para defenderse de la soledad y el rigor de sus últimos inviernos.
Tengo otros muertos, otras historias, como la de aquel primo Federico que halló la muerte dulce en el asiento de atrás de su coche, cuando aún no cumplía los veintisiete; como la de mi tío Jesús, que se extravió en la noche profunda de la esquizofrenia y en ella habitó durante más de cuatro décadas; como la de mi hermana sin nombre, la que llegó muerta cuando yo era un niño, y cuyo cuerpo minúsculo nunca hemos sabido en qué lugar exacto nos lo enterraron.
martes, 30 de octubre de 2012
¿DEMASIADO PERFECTO?
Escribo y reviso el párrafo previo con sensaciones enfrentadas, contradictorias, mientras rumio la especie de crítica que de estos retales hace -en privado, a través de un tercero- uno de sus últimos seguidores: "Está muy bien escrito, todo es perfecto, demasiado perfecto; tan perfecto que me acabo distanciando del impecable artificio de la perfección".
lunes, 29 de octubre de 2012
LA SUPREMA ELECCIÓN
En menos de una semana leí y subrayé, recreándome, los fragmentos más jugosos de Prosas apátridas, esos a los que volví anoche y a los que he sucumbido esta mañana para recuperar un estado de plenitud cómplice que, lo sé, solo alienta entre las pacientes tapas de algunos libros releídos. Así, podría citar ahora las reflexiones sobre el destino (números 81, 116 y 129) y la teoría del error inicial (4), o sobre lo fácil que resulta confundir la cultura con la erudición (21, 25), o sobre la distancia definitiva que cuando hablamos de mujeres otorga la conversación (53), o sobre la diferencia metafísica, o casi, entre quien viaja en el sentido de la marcha del tren y quien lo hace de espaldas a ella (52), o, en fin, sobre el defecto de la dispersión (92) y la dominación de los objetos (94), dos sensaciones que comparto fatalmente. Etcétera.
Pero, entre todos, hoy me apetece transcribir aquí el texto número 80, pues capta el que para mí fue y sigue siendo el gran dilema de la madurez. Atención: “A cierta edad, que varía según las personas pero que se sitúa hacia la cuarentena, la vida comienza a parecernos insulsa, lenta, estéril, sin atractivos, repetitiva, como si cada día no fuera sino el plagio del anterior. Algo en nosotros se ha apagado: entusiasmo, energía, capacidad de proyectar, espíritu de aventura o simplemente apetito de goce, de invención o de riesgo. Es el momento de hacer un alto, reconsiderarla bajo todos sus aspectos y tratar de sacar partido de sus flaquezas. Momento de suprema elección, pues se trata en realidad de escoger entre la sabiduría o la estupidez”.
viernes, 26 de octubre de 2012
LAS BALSICAS
Por la ladera del cerro, siguiendo la empinada senda que bestias y hombres habían convertido en camino, los muchachos ascendíamos ese acantilado del vértigo y nos adentrábamos en el monte dejando el pueblo a nuestra espalda, de modo que, en menos de un cuarto de hora, situados a la altura que presagiaba en la distancia la torre del castillo, ingresábamos en aquel milagro de la naturaleza: un remanso de terreno alisado por el agua que las lluvias de entonces arrastraban.
Habíamos puesto un par de pedruscos en cada fondo, a manera de postes, y de vez en cuando les cogíamos las hoces a nuestros padres y segábamos los juncos que entorpecían el juego en el córner y en el lateral. Las líneas del campo apenas se intuían, salvo cuando le robábamos medio saco de yeso a cualquier vecino metido en obras; y en la primavera, con un poco de suerte, hasta podíamos deslizarnos por una alfombra irregular de hierbajos que a nosotros nos hacían la impresión del césped todavía incoloro del partido semanal que ofrecían en la tele. Nunca tuvimos el horizonte de un larguero para sancionar la belleza de los goles por la escuadra o para gozar el impacto seco en la madera; nunca fue posible el lujo de una red que amortiguase la dicha efectiva del disparo para no tener que aventurarnos al barranco en busca de la enésima pelota. Pero es allí, en aquel espacio remoto de la infancia, donde muchos de nosotros podríamos aún adivinar la magia indeleble de lo que probablemente fue el escenario del mejor de nuestros sueños.
Era salir del colegio, a las cinco, y dejar las carteras y subir corriendo a echarnos el partido, apurando hasta el último instante, cuando las luces de la tarde se iban diluyendo y había que regresar de nuevo, deprisa, casi a tientas, dejándonos caer por aquella senda tortuosa que al día siguiente nos volvería a llevar a Las Balsicas.
martes, 23 de octubre de 2012
MI PROPIO BARRO
sábado, 20 de octubre de 2012
LA SUTIL DISTANCIA
Lo que pasa es que no sabes distinguir la sutil distancia entre lo que se entiende por soborno y lo que se llama regalo, aducían ellos, todos funcionarios como yo. Y añadían la sutileza de que el acto de obsequiar se ejerce sobre la persona, no sobre lo que la persona representa, y que lo que con ello se pretende es mostrarle gratitud por una acción ya consumada; mientras que el soborno nace deslegitimado, no solo por la categoría delictiva en que se reconoce, sino porque incluso en su desarrollo más ingenuo se anticipa a la arbitrariedad del trato favorable.
A mí, y a mi insignificante margen de poder como profesor de secundaria, me costaría mucho aceptar la prebenda -se entienda esta como obsequio o como quiera que se entienda- de unos padres o de un alumno individualizados, porque sé que en ese instante estaré poniendo un precio emotivo a mi honradez profesional y a mi humilde sentido de la justicia.
miércoles, 17 de octubre de 2012
TEORÍA DEL FÁTUM RELATIVO
jueves, 11 de octubre de 2012
HAMLET
jueves, 4 de octubre de 2012
UNA FECHA Y UNA RELECTURA
martes, 2 de octubre de 2012
INEXORABLE
miércoles, 26 de septiembre de 2012
EN LA SOMBRA (OTRO CURRÍCULUM)
lunes, 24 de septiembre de 2012
ARDUO EMPEÑO
viernes, 21 de septiembre de 2012
CONSEJO ENTRE PARÉNTESIS
martes, 18 de septiembre de 2012
A ESTE LADO DEL TIEMPO
miércoles, 12 de septiembre de 2012
DUALIDAD FUNDAMENTAL
He aquí una dualidad fundamental, sobre todo si se habla de arte: lo que eleva el espíritu, frente a lo que lo ensombrece o lo rebaja o lo degrada o simplemente lo entretiene o lo distrae de lo que de verdad importa. ¿Que qué es lo que de verdad importa? Nadie lo sabe, pero muchos intuimos que tal vez se sustente en cuanto satisface la conciencia de humanidad de cada uno.
lunes, 10 de septiembre de 2012
CARAMELITO ENVENENADO
Después de vilipendiar públicamente a maestros y a profesores y de haberlos colocado -a ellos y, de resultas, a la enseñanza pública en general- en el disparadero de la frustración y de la mezquindad, después de sacrificar más de novecientas vocaciones bajo la socorrida excusa del ahorro, ahora las autoridades educativas de la Región de Murcia se yerguen sobre la confusión y se regocijan en el cabreo sacándose de la manga unos pomposos planes para la mejora del éxito escolar -ja, ja, ja- que, mira por dónde, vienen acompañados de la bonita cifra de un millón de euros -sic: un millón de euros- a repartir entre los centros cuyos profesores se adhieran a la novedad, previo compromiso -¿...?- de maquillar los resultados.
Me parece un alto ejercicio de cinismo -¿sin precedentes?; qué va, por desgracia abundan los precedentes- que desde los despachos que anuncian la inevitabilidad de los recortes y el aumento de la ratio por aula y otras bendiciones políticas, esas que ya sufren las próximas generaciones y que hipotecará por unas cuantas décadas a toda la sociedad, vengan a dispensar en el primer claustro del curso este caramelito envenenado. Y lo más triste: que muchos de los compañeros que tanto se quejan en los pasillos ya lo estén apeteciendo en sus manos y en sus bocas.
viernes, 7 de septiembre de 2012
LA GALLINA NECIA
Como una gallina necia que empolla incansable sus huevos sin resignarse a que rompan el cascarón y ofrezcan sus virtudes o sus flaquezas a la luz del mundo: así me contemplo a veces frente a mis inéditos, calentando en secreto esas páginas mías sumergidas eternamente en el dulce océano de las promesas postergadas, esas que no saben o no quieren cumplirse.
jueves, 6 de septiembre de 2012
HASTA NUNCA
martes, 4 de septiembre de 2012
PAÍS DE VERGÜENZA
Ayer, miles de personas residentes en España se acercaban a los mostradores de los ambulatorios para informarse del trato que recibirán en caso probable de enfermedad, personas con patologías imperiosas o con simples resfriados y gripes o con hijos menores a su cargo, personas que soñaron un país para progresar y que ahora son invitadas a volver al suyo de origen desde la sonrisa cínica de cualquier patán electo, personas en cuyos rostros más extranjeros que nunca se advertía ayer la terrible indefensión de los débiles, la dignidad vulnerada, la injusticia más elemental, e imaginaba yo el cuerpo vigoroso y la incertidumbre secreta de mi padre mientras arrastraba por primera vez, sin destino fijo pero ebrio de proyectos, su pesado maletón, hace cincuenta años.
Hoy no puedo remediarlo: me avergüenza este país, la madeja de despropósitos en la que poco a poco se nos va enredando.
lunes, 3 de septiembre de 2012
NUEVA ENTREGA
“Lo que puedes hacer, o has soñado que podrías hacer, debes comenzarlo. La osadía lleva en sí el genio, el poder y la magia”.
Verosímilmente adjudicada a J. W. Goethe, la cita la intercepté este verano en un sobrecito de azúcar moreno que tomé al azar, entre otros muchos jalonados con textos tanto o más ilustres, y que diluí en mi taza de café, sentado en el comedor de un hotel de la costa de Almería. Entonces, la pereza o la falta de estímulo la dejaron pasar con un gesto de suficiencia mientras movía la cucharilla; pero hoy, ahora, la quiero digna de alentar este inesperado regreso al ritual de las palabras inmediatas.
jueves, 7 de junio de 2012
SALIR DEL ASOMBRO
miércoles, 16 de mayo de 2012
EL DESTINO TE ENCONTRARÁ
(Ahora, al verter aquí la síntesis de aquel folio y medio que da cuenta de una de mis más antiguas ficciones de juventud, comprendo que se trata de una versión inopinada de la historia del criado del rico mercader que vio a la Muerte y al que la Muerte le hizo un gesto, una señal. Yo entonces desconocía ese relato, lo que confirma el rumor de que la musa es promiscua y caprichosa).
Para dignificar mi invención, quise poner arriba, a la derecha del folio, una cita de autoridad, y di con esa frase o sentencia que ha poco había hallado en una novela cuyo protagonista, agonizante, va evocando episodios cruciales de su vida con una densidad lírica (¿y erótica?) que yo aún ignoraba en los dominios de la prosa. Recuerdo haberle recitado fragmentos de entusiasmo a una novia de la que no he vuelto a saber nada.
"El destino te encontrará", dice o piensa Artemio Cruz, y hoy me apetece que su luminosa voz se eleve sobre la noticia de la muerte de Carlos Fuentes.
lunes, 14 de mayo de 2012
CÓMO COMPRENDO A FLAUBERT
Sí, cómo comprendo a Flaubert, y cuánto me identifico con la actitud cabal, sin dobleces, que registra en cada una de sus cartas personales.
Más allá de sus opiniones sobre arte y vida, sobre genio y talento, sobre perseverancia y orgullo, sobre crítica y público, percibo en la atalaya de su fe la autenticidad única de quien vuelca todo el ser en la verdad innegociable de su objetivo: “es por la aspiración por lo que valemos algo: un alma se mide por la dimensión de su deseo, igual que las catedrales se juzgan por la altura de sus campanarios”.
Me sorprende y me subyuga, tal como si me hubiera sido arrebatada de mi alforja anacrónica, la liberadora tentación de no publicar nada hasta después de los cincuenta -“cuando se tiene alguna valía, buscar el éxito es malograrse sin motivo, quizá sea perderse por completo”-, o la firme negativa a que alguna vez ilustren cualquiera de sus libros -“porque la más bella descripción literaria es devorada por el dibujo más pobre”-, o la tranquilidad de su conciencia por no tener que dilapidar energías en agradar a los lectores de periódicos, pese a lo mucho que esto le cuesta a su bolsillo.
Su posición estética carga a veces contra autores incontestables de su tiempo, como Alejandro Dumas -“¿De dónde proviene el éxito extraordinario de sus novelas? De que para leerlas no hace falta iniciación ninguna, y de que la acción es divertida: la gente se distrae mientras las lee. Luego, acabado el libro, como no queda impresión y todo ha pasado como el agua clara, uno vuelve a sus asuntos. ¡Encantador!”-, como Stendhal -“Rojo y Negro la encuentro mal escrita e incomprensible en cuanto a caracteres e intención. Sé bien que las personas de buen gusto no comparten mi criterio, pero es sabido que las gentes de buen gusto son también una casta curiosa; tienen sus propios santos, que nadie conoce”-, como el avejentado Victor Hugo de Los miserables -“Nuestro dios desciende. No he visto en este libro ni verdad ni grandeza, y, en lo que al estilo se refiere, me parece intencionadamente incorrecto y vulgar. Es una manera de halagar lo popular”.
En efecto, es en la apología del estilo y de la forma, que para él se traduce en método, que para él lo es todo, donde puedo advertir a cada instante la caricia fraterna de su voz, susurrándome al oído la licitud definitiva de aquel milagro que yo mismo negocié tantas veces desde mi humilde chabola de aprendiz. “¡Felices aquellos que han nacido sin el deseo de perfección!”, exclama él, convencido de que esa lúgubre disposición es suficiente para envenenar la vida del artista. Sin embargo, en otra parte se justifica y nos justifica de paso a todos los demás: “Los genios no necesitan preocuparse por el estilo; son fuertes pese a todos los defectos, incluso lo son gracias a ellos; mas nosotros, los pequeños, solo valemos por la ejecución acabada”. Está claro que donde escasea la forma tampoco resplandece la idea, y que buscar la una es lo mismo que buscar la otra, pues “son tan inseparables como la sustancia y el color, y por eso el Arte es la Verdad misma”.
Avanzo en su avalancha de razones estéticas desde la renovada entrega de un discípulo que de repente se alimenta gustosamente de las flaquezas del maestro, hábito de incertidumbres que sin duda lo engrandecen. Admite Flaubert, por ejemplo, las angustias de la corrección: “escribo tan lentamente que todo se sostiene, pero cuando altero una palabra, a veces hay que cambiar varias páginas. […]. Cuando descubro una mala asonancia o una repetición en alguna de mis frases, sé cierto que me he enredado en algo falso. A fuerza de buscar, doy con la expresión justa, que era la única y que al mismo tiempo es la armoniosa. La palabra nunca falta cuando se posee la idea”. O bien cuando, a propósito de su Madame Bovary, comprende que “cada párrafo es bueno en sí, y hay páginas perfectas, estoy seguro. Pero precisamente por eso no funciona. Son una serie de párrafos redondeados, completos, que no avanzan con fluidez. Va a ser necesario desatornillarlos, aflojar las junturas, como se hace con los mástiles de los navíos cuando se quiere que las velas cojan más viento”. ¡En cuántas ocasiones me habrá asaltado la misma sospecha, emborronando mis cuartillas o malhumorado frente a la pantalla!
No me resisto a transcribir una anécdota que me ha encantado: es cuando alguien le pide que en la Bovary cambie el nombre del diario, de manera que en lugar de Le Journal de Rouen ponga Le Progressif de Rouen, para corresponder a la muy elogiosa publicidad que ayer le hicieron de la novela. Pero él se resiste con reservas de estilo: “¡Queda tan bien Le Journal de Rouen! ¿Resultará peor en París y Le Progressif causará el mismo efecto? La incertidumbre me devora, no sé qué hacer. Me parece que, si cedo, cometo un grave error, porque tan simple cambio va a distorsionar el ritmo de mis pobres frases, desde la primera hasta la última”.
Cómo lo comprendo a usted, monsieur Flaubert…
viernes, 4 de mayo de 2012
UN SIMPLE FUNCIONARIO
Completé mi periplo de cuatro años en las improvisadas aulas de un instituto -también público- que en aquel entonces no disponía de un edificio de referencia; de ahí que los futuros bachilleres acuñáramos la verdad irrevocable de que nuestro pasillo era, en efecto, el más generoso de los pasillos de instituto de España, pues ocupaba el largo y el ancho de la calle Mayor del pueblo.
Enseguida hice mi maleta para matricularme en una universidad -también pública-, y con el tesón inquebrantable de los padres y el beneficio renovado de una exigua beca del Estado, estudié las veinticinco asignaturas para ser filólogo. Luego, un poco por vocación y otro poco por orgullo, pero sobre todo porque me arrastraba la inercia de las cosas, quise emprender una tesis, y al cabo de una década gané el título de doctor.
Durante unos cuantos cursos me esforcé en ser profesor de lengua y de literatura, y modestamente creo que dos o tres docenas de alumnos podrían certificar que, al menos con ellos, lo logré. Poco a poco, las instituciones educativas y la propia vida me convencieron de que la palabra profesor devenía en una quimera quijotesca, había perdido su sentido originario, así que casi sin darme cuenta mis iniciales convicciones mutaron en la nueva especie del docente a secas, después me etiquetaron de educador, luego he sido aprendiz de psicólogo, y al cabo he adoptado diferentes formas, como guardián de pasillos, vigilante de recreos y juez instructor de expedientes por indisciplina.
Sé de buena tinta que mi destino, a partir de septiembre, es someterme a la estupidez que nos rige para aprender a ser un simple funcionario.
lunes, 23 de abril de 2012
APUNTE OLVIDADO PARA UN RELATO NUNCA ESCRITO
lunes, 9 de abril de 2012
ARTE DE INSOLENCIA
miércoles, 4 de abril de 2012
PASO LAS HORAS
Nada abruma tanto como recobrar la certidumbre de la propia limitación intelectual: este continuo deambular abotargado y estéril, esta creciente desconfianza en la viabilidad de los proyectos tanto tiempo alimentados en secreto, esta espesura de ideas que llegan torpes y que van languideciendo en su misma nadería, sedimentos fatuos que se pierden sin el pretendido molde de un discurso, de una nota, de un signo. Nada es tan hostil a la conciencia creativa como la sospecha de que nunca será digna de alumbrar una gran obra.
Y entonces abro la primera página y, como una sentencia ya ineludible, leo que sobre nosotros ha caído "la más profunda y mortal de las sequías de los siglos: la del conocimiento íntimo de la vacuidad de todos los esfuerzos y de la vanidad de todos los propósitos". Pertenece a La educación del estoico, uno de los escritos póstumos de Fernando Pessoa, atribuido en este caso al Barón de Teive, un heterónimo que le nació suicida.
Seis paginas después: "Aún me atormenta perder una idea, que se me escape de la memoria una frase pendiente de escribir, no retener un punto de vista. Sé muy bien que muchas veces no conseguiría dar un cuerpo real a esos esbozos. Pero existen unos celos de mí mismo, una avaricia de lo abstracto, y he notado que la avaricia y el espíritu de venganza, tal vez por ser dos formas de mezquindad, tienen parentesco y sangre comunes".
Y el colofón a mis tormentos: "El escrúpulo de la precisión, la intensidad del esfuerzo para ser perfecto, lejos de ser estímulos para actuar, son facultades íntimas para el abandono. Más vale soñar que ser. ¡Es tan fácil verlo todo conseguido en el sueño!"
Luego he sesteado cerca de una hora en el sofá.
lunes, 2 de abril de 2012
PARA CITAR A BARTHES
jueves, 22 de marzo de 2012
MEDIA VIDA EN UN LÁPIZ
El lunes a primera hora inspeccioné bien los cuatro ordenadores de la sala de profesores, barrí sus aledaños, me arrodillé bajo las mesas, eché un vistazo al fondo de las papeleras vacías. Nada. Impotente, abrumado por la evidencia, no tuve mejor idea que clavar en la pared un anuncio que resultase simpático sin obviar la gravedad: "Se me ha extraviado el lápiz pendrive que olvidé sobre la mesa de ordenadores de esta sala, y es posible que alguien lo haya cogido por error, creyéndolo suyo. Es de color gris plateado, con una cinta para colgárselo, muy dócil. Como comprenderéis, se ha llevado consigo parte de mí y me es muy difícil imaginar mi vida sin él. Se gratificará cualquier información. Gracias".
Ha transcurrido más de una semana, y nada: nada de nada. ¿Puede ser que se lo apropiara un alumno, que lo barriera el personal de limpieza, que se me cayera en la calle, que lo hayan arrastrado las últimas lluvias? Lo que más me agobió al principio y ahora casi adopta el rictus de la resignación es que en ese objeto menudo tenía grabada mi obra inédita completa, todo, alrededor de veinte años de desvelos literarios en la sombra, a saber: todos mis cuentos y todos mis poemas, el vasto proyecto de un autor apócrifo, una novela, varias ideas para otras... Por supuesto, era solo una copia de seguridad, aparte de que el ochenta por ciento de todos esos materiales definitivos o en trámite de serlo están convenientemente registrados. Pero, ¿quién sopesa mi incertidumbre? Me pregunto con qué manos se habrá topado, y me pregunto si el dueño de esas manos tendrá ganas de leerlo, si sabrá valorar su contenido, si caerá tal vez en la tentación de utilizarlo. Me pregunto si merecerán la pena todas estas preguntas.
domingo, 18 de marzo de 2012
UN CLÁSICO
El anecdotario de la literatura afirma que Stendhal tardó 53 días en redactar La Cartuja de Parma, un clásico. Pero pronto hará todo ese tiempo -más de mes y medio- que empecé a recorrer los renglones del volumen y todavía no he alcanzado la mitad de los capítulos. ¿Mi culpa? Qué ingrato leer para sentirse culpable... Las primeras cincuenta páginas no consiguieron atrapar mi atención; las cincuenta que seguían me convencieron de que la peripecia del protagonista me dejaba indiferente, o casi; antes de alcanzar las doscientas, me repito que solo el prestigio de su autor y la sancionada clasicidad de la obra son las razones que me sostienen en el arduo empeño de la lectura. Yo no sé si las páginas que siguen rebatirán el creciente hastío que supone para mí transitar por un folletín decimonónico cuyo afán de digresión y cuyo caudal de personajes accesorios casi me exaspera. ¿Es tanta la diferencia de calidad literaria entre este novelón indiscutido y otros mamotretos de la época que no disfrutaron ni disfrutan de la etiqueta Stendhal que a este consagra? Qué sé yo... La reflexión me devuelve al viejo debate sobre el prejuicio de los clásicos, y me reafirma en la antigua convicción de que los libros deberían editarse lo más desnudos que se pueda, prescindiendo de todo aval que no se sostenga únicamente en la ristra de palabras que les da su ser, desde la primera hasta la última, porque solo así prevalecería el sentido crítico originario. Pero ya sé que mi propuesta es inadmisible, la vergonzante quimera de un lector lentísimo que no sabe degustar un clásico.
jueves, 8 de marzo de 2012
RASTRO DE MÍ
En la encrucijada de la adolescencia, ningún deseo me perteneció con tanto ímpetu como abandonar la casa de los padres para dejar atrás el pueblo, y con él todas sus estrecheces, todas sus miserias. Asediado por la rutina de los días y por el ciclo triste de las estaciones, aquel muchacho se sabía derrotado de antemano por la inminencia de su destino. Escribí mis primeros poemas mientras buscaba refugio en la nostalgia de la imposible privacidad. Me pesaba en las alas el plomo herido de la repetición, el filo dentado de una trasnochada interminable. Agonicé en la certeza de que en aquel escenario nadie entendería nunca la singularidad de mis afectos ni el tamaño de mis ambiciones. Sin embargo, una fe ciega de búsquedas me abrió de par en par las puertas de la vida, y, alentado por aquellos padres, me instalé en una ciudad ni grande ni pequeña, y en sus aulas matriculé casi todas mis expectativas de presente y colonicé poco a poco los espacios y calculé estrategias para seducir al porvenir... Hoy lo recuerdo como si hablara de otra persona, y solo en el rastro inevitable que dibujan mis propios versos y los versos de otros, en el que restauran mis propios renglones y los renglones de otros, hallo el hilo conductor de tantas idas y venidas, de tantos caminos abiertos y de tantos callejones sin salida, de tantos palos de ciego hasta llegar a mí mismo, a mis alrededores. Presiento que cada vez estoy más cerca.
miércoles, 7 de marzo de 2012
PROEZA
(Lo sé, soy muy susceptible: se me ocurre ahora, entre paréntesis y al margen, qué distancia habrá entre la mera presunción y el catálogo de las proezas íntimas).
lunes, 5 de marzo de 2012
ACHAQUES
A mediados de julio cumplirá trece años, pero al paso que voy ni siquiera entonces habrá vencido la frontera de los doscientos mil kilómetros. Duerme en la calle desde hace más de un lustro, y con eso está todo dicho, o casi: le arrebataron la antena de la radio y también el tapacubos de una de sus ruedas; recuerdo una temporada en que el faro de la izquierda solo se encendía con un golpe sutil de la suela de mi zapato; el piloto del intermitente trasero de la derecha va remendado con un adhesivo que disimula las grietas; el espejo retrovisor derecho ya se ha acostumbrado al vendaje de cinta aislante, desde que una mañana me lo encontré mutilado sobre el capó; la quinta puerta, la del maletero, dejó de funcionar con el sistema de control remoto, así que siempre que abro o cierro he de introducir la llave; hay otra puerta, la trasera izquierda, que tampoco se somete a la orden automática; el elevalunas posterior derecho va fijo, soportado por una tabla de madera que ingenió mi cuñado; de vez en cuando la puerta del copiloto no reacciona, así que cuando lo aparco tengo que bordearlo y comprobar uno a uno todos los cierres; ninguna de las puertas de atrás abre desde adentro... Y ayer mismo, mientras conducía, se deslizó el cristal de la ventanilla del conductor y ya no quiso subir hasta que reapareció el ingenio de mi cuñado. Por poco tengo que dormir con él en la calle, protegiéndolo del saqueo, solidarizándome con su intemperie.
domingo, 4 de marzo de 2012
SOL
lunes, 20 de febrero de 2012
CAMARADAS Y CAMARADOS
Cuando los señores políticos y las señoras políticas invocan a su masa social, y también a la ciudadanía y al ciudadanío que las apoya y los apoya y las jalea y los jalea, se empeñan en significar y subrayar la doble dimensión de un discurso que suele dirigirse a un auditorio compuesto mayormente por mujeres y por hombres (salvo despiste lamentable), abocados los unos y las otras a una paridad representativa tan políticamente correcta como meritoriamente sospechosa y democráticamente triste.
En sus arengas, sobre todo si las edulcoran las candidatas y los candidatos de la progresía, no faltan nunca las dos posibilidades que brinda el castellano, una para el masculino y otra para el femenino, inclusive cuando el uso genérico del lenguaje permitiría, sin trauma, obviar la insistencia machacona y tediosa. La fórmula de captación ha alcanzado unos niveles reiterativos que se confunden con el ridículo y hasta con la ridícula, si se me permite el palabro, y es ahí cuando a mí me da la risa (o el riso, con perdón). Pero, más aún, si la dualidad de los vocativos se convierte en recurso fácil para llenar las lagunas de pensamiento de la oradora o del orador de turno (o de turna), entonces la tontería y el tonterío adquieren tintes grotescos.
Me parece que hay un momento a partir del cual la excusa de sexismo machista, que suelen esgrimir los ideólogos y las ideólogas de esta tendencia, se vuelve contra ellas y contra ellos con la discreta elementalidad que siempre acaba imponiendo el sentido común. Hoy empiezan a ser cotidianas ciertas monstruosidades lingüísticas como la jueza, la edila y la conserja, pero no ocurre lo mismo con el juezo, el edilo y el conserjo, soluciones de una dignidad igualitaria fuera de cualquier disputa; opciones desquiciadas, si así se quieren entender, pero que habría que reivindicar ahora que hemos llevado las palabras al extremo ilustrado de la estulticia.
Si existe la periodista, me pregunto, ¿por qué no el periodisto?; y si la poeta y la poetisa, ¿por qué no el poeto y el poetiso? Camaradas y camarados...
sábado, 18 de febrero de 2012
LA ALBATROS
domingo, 12 de febrero de 2012
EL DERECHO A NO TERMINAR UN LIBRO
Hace casi un mes que trato de adentrarme en una novela que, editada el año pasado, me llegó como regalo de aniversario y me puse a leer con verdadero interés, seducido por el prestigio que acumula su autor después de cincuenta años de literatura y del aval de los premios más generosos, del Planeta al Cervantes, pasando por otros reconocimientos; pero, por ahora, solo he podido alcanzar a la página 77 -tiene más de 400-, y ello otorgándole oportunidades y sometiéndome a esfuerzos de tolerancia y de atención que juzgo impropios de mi edad.
Ya en el primer capítulo me alarmó el desaliño expresivo, máxime tratándose de un autor que siempre ha llevado a gala la exigencia en el estilo: la adjetivación me resulta cansina y previsible -"un sol de castigo que brilla en lo alto del cielo azul"-, por no hablar del abuso exasperante de gerundios; no escasean determinadas asonancias internas -"calle" con "detalle", "acera" con "espera", "primero" con "asidero", etc.- que yo, que no soy nadie, evito en mis textos como la peor de las plagas; del uso arbitrario de leísmos solo diré que no es pecado, pero que sería fácil corregir con un poco de voluntad; y lo que más me disgusta, sobre todas las cosas, es ese derroche y descontrol de los adverbios acabados en mente, que yo suelo censurar como el más sintomático de los vicios de la prosa castellana: si abro las páginas 46-47 me hieren la vista hasta ocho, repartidos con equidad sospechosa. ¿Es normal -me pregunto- que en un párrafo de 26 líneas coincidan "amigablemente", "perfectamente" y "reiteradamente", junto a la sonoridad rotunda de formas como "persistente", "latente", "permanente", "incongruente" y "maloliente", más la propina del sustantivo "mente" (págs. 42 y 43)?
Creo que me voy a tomar mi derecho y no lo voy a terminar, pues ya me hace señas seductoras La Cartuja de Parma. A modo de anécdota, releo y transcribo lo que mi aburrimiento garabateó al borde de una hoja de ese ejemplar que alguien me regaló por mi aniversario: "Es importante que el amante se levante y cante, siquiera otro instante, y que aguante mi desplante delante de semejante infante". Uf...