La escritura es una pugna, una lucha entre la idea y el instrumento, un continuo tira y afloja entre lo que se quiso escribir y lo que finalmente quedará escrito, tensión creativa que se tiende a conciliar para que sea el escritor quien salga victorioso; y he aquí el peligro más grande, porque tal victoria, a menudo, conduce al escritor a la complacencia, sin que haya entendido que quien de verdad ha de ganar ese pulso entre el pensamiento y el lenguaje no es él ni es su talento, sino la aventura cómplice del lector.
Escribo y reviso el párrafo previo con sensaciones enfrentadas, contradictorias, mientras rumio la especie de crítica que de estos retales hace -en privado, a través de un tercero- uno de sus últimos seguidores: "Está muy bien escrito, todo es perfecto, demasiado perfecto; tan perfecto que me acabo distanciando del impecable artificio de la perfección".
martes, 30 de octubre de 2012
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