lunes, 29 de octubre de 2012

LA SUPREMA ELECCIÓN

Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro, fue mi primera lectura del último julio, como en el julio de 2011 lo había sido La tentación del fracaso. Aclaro que no elegí tal mes para conmemorar la mitad del nombre del autor peruano, amigo de Bryce Echenique y de Vargas Llosa, sino para festejar el mío propio: si los diarios los adquirí el 29 de junio bajo la excusa del santo Pedro, aquel me lo obsequiaron manos próximas justo un año después, bajo el signo propicio de la misma santidad.
En menos de una semana leí y subrayé, recreándome, los fragmentos más jugosos de Prosas apátridas, esos a los que volví anoche y a los que he sucumbido esta mañana para recuperar un estado de plenitud cómplice que, lo sé, solo alienta entre las pacientes tapas de algunos libros releídos. Así, podría citar ahora las reflexiones sobre el destino (números 81, 116 y 129) y la teoría del error inicial (4), o sobre lo fácil que resulta confundir la cultura con la erudición (21, 25), o sobre la distancia definitiva que cuando hablamos de mujeres otorga la conversación (53), o sobre la diferencia metafísica, o casi, entre quien viaja en el sentido de la marcha del tren y quien lo hace de espaldas a ella (52), o, en fin, sobre el defecto de la dispersión (92) y la dominación de los objetos (94), dos sensaciones que comparto fatalmente. Etcétera.
Pero, entre todos, hoy me apetece transcribir aquí el texto número 80, pues capta el que para mí fue y sigue siendo el gran dilema de la madurez. Atención: “A cierta edad, que varía según las personas pero que se sitúa hacia la cuarentena, la vida comienza a parecernos insulsa, lenta, estéril, sin atractivos, repetitiva, como si cada día no fuera sino el plagio del anterior. Algo en nosotros se ha apagado: entusiasmo, energía, capacidad de proyectar, espíritu de aventura o simplemente apetito de goce, de invención o de riesgo. Es el momento de hacer un alto, reconsiderarla bajo todos sus aspectos y tratar de sacar partido de sus flaquezas. Momento de suprema elección, pues se trata en realidad de escoger entre la sabiduría o la estupidez”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La tentación del fracaso, espléndido dietario, lo leí hace años y no lo he olvidado.