Llega un tiempo en que uno empieza a preguntarse cada vez con más desapego si tal o cual empeño merece la pena, un tiempo en que casi con alivio unánime se nos va imponiendo la negación como respuesta: no, no la merece, para qué. Esta pereza y esa abulia, parientes próximos del desengaño, deben ser síntomas de la madurez definitiva, signos palpables de aquel estar de vuelta que a menudo hemos pronunciado para arrogarnos el dudoso galón de la experiencia.
Si miro atrás, me maravillo de los desvelos que ocuparon mi vida y de
los planes que ejecuté o fui dejando en el camino, pues a día de hoy
sería incapaz de mover por ellos uno solo de mis dedos. De hecho, lo que más me sorprende de los hombres y mujeres -sobre todo de los hombres y mujeres que me igualan o me superan en edad- es que aún se entreguen sin mayor diatriba a labores cotidianas o socio-familiares, que diseñen pequeños o medianos proyectos para que su fantasía los alimente por unas horas o por unos días, que no se paren a tasar la carestía objetiva ni la inutilidad de su esfuerzo.
Hoy, cualquier intento que suponga dar un paso más allá de la mera supervivencia ya me empieza a parecer, cuando menos, curioso.
lunes, 25 de enero de 2016
miércoles, 20 de enero de 2016
Dentro de pocas horas podré decir cuarenta y nueve, una cifra que durante mucho tiempo me pareció desmesurada, vecina de la redondez del medio siglo, y que cuando pasen pocos años tal vez recordaré como una edad idílica en la que casi todo y casi todos aún estaban aquí, próximos, en ese hueco intransferible que más pronto que tarde colonizará la nostalgia. Hoy, el cuarenta y nueve se despliega ante mí como una superstición fronteriza, como si mi vida entera se asomase a un precipicio de instantes que solo el puzle del destino se encargará de acomodar.
lunes, 18 de enero de 2016
El éxito y el fracaso son errores de cálculo, cuando no tristes feudos de la casualidad y del azar. Solo quienes eligen vivir al margen, sin pena ni gloria, calmos testigos de la prisa y el ruido que todo lo devora, rozarán de tarde en tarde la íntima esencia de su propio ser, su sarpullido de verdad.
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