Entro en mi cada vez más abúlico correo y me sorprende en la bandeja el insólito mensaje de la señorita Elina Santos, a quien no tengo el gusto de conocer. Mi imprudencia morbosa sacude la tecla sin calcular el riesgo de un contagio virulento que se apodere de todo el sistema. Ya es tarde para deshacer la acción: el texto salta a la pantalla y yo lo recorro de un vistazo, descreídamente, pero con una ráfaga creciente de interés malsano, tratando de imaginar e interceptar los secretos derroteros de esta nueva versión del timo de la estampita. Recorto y pego, y luego me apresuro a eliminar de mi bandeja, temeroso de cualquier rastro.
El más estimado,
Es para mí un
placer ponernos en contacto con usted para una empresa que tengo la
intención de establecer en su país, aunque no me he reunido con usted
antes, pero creo que uno tiene al riesgo, confiar en alguien para tener
éxito a veces en la vida.
Hay esta enorme cantidad de dinero
Trece millones quinientos mil Dólares de los Estados Unidos). USD ($
13.500,000,00) que he heredado de mi difunto padre, en un banco local
aquí en Costa de Marfil antes de que él fue asesinado por personas
desconocidas.
Ahora me decidí a invertir este dinero en su país o
en cualquier lugar suficientemente seguro fuera de África con fines de
seguridad. Quiero que me ayudan a la transferencia de este fondo en su
país con fines de inversión. Si puede ser de una ayuda a mi se complace
en ofrecerle el 20% del total de fondos.
Gracias y que Dios los bendiga.
Con amor,
Srta. Elina Santos.
martes, 29 de abril de 2014
lunes, 28 de abril de 2014
LISA SIMPSON
Hace poco, entre
cucharada y cucharada, en un capítulo restituido de Los Simpson, los personajes de la serie se sumergieron en el
delicado asunto de la enseñanza de la religión –de cualquier religión– en las
escuelas públicas de un país que se dice democrático y aboga por la libertad de
credos; y una vez más el contrastado talento de los guionistas tensó el
hilo y resolvió la causa de modo irreprochable, sirviéndose apenas de esa virtud que hasta no
ha mucho entendíamos por sentido común. Se manifestaron dos posturas
universales, antagónicas –la Evolucionista y la Creacionista–, y en el seno del
debate la una llevó a la otra ante un tribunal de justicia tan patético como
verosímil. Salvando esos pormenores hipercríticos que oscilan entre el
humorismo y el cinismo y que suelen garantizar el tono y la empatía del
espectador fiel, recuerdo que al final, dirigiéndose educadamente a su educadísimo y devotísimo vecinito Ned
Flanders, la incansable Lisa Simpson –remedo de una Mafalda que la contracultura anglosajona ha
adoptado como propia– le replica muy digna, con estas o con similares palabras:
"Respeto tu fe porque sé que es muy importante para ti; pero lo mismo que en tu iglesia
no se tolera la palabra de un científico, tampoco la escuela pública debe admitir los argumentos
de esa religión tuya". Y se marchan juntos a merendar.
viernes, 25 de abril de 2014
HELENA Y LOS CLAVELES
Tal día como hoy, hace cuarenta, las fuerzas militares
emprendieron una revolución paradójica e insólita rebelándose contra la
dictadura salazarista que oprimía a su pueblo, el pueblo de Portugal, nada menos que desde
1926. En uno de esos instantes que solo ilumina el destino, en una plaza de Lisboa, la
joven Celeste Caeiro se convirtió en inesperada protagonista de la Historia al repartir claveles entre los soldados. Ellos los lucieron con
orgullo, los adoptaron como símbolo de la libertad recobrada y de la comunión entre los portugueses
y su ejército, y de ese gesto impremeditado, de ese entrañable capricho
de la voluntad o del azar, surgió y se impuso ante todos el poético título de Revolución de los Claveles.
Y tal día como hoy, hace dieciséis, a eso de las diez y
veinte de una noche de sábado, nació Helena, mi Helena.
jueves, 24 de abril de 2014
MARATÓN DE PRINCIPIOS
Hubiera
sido un golpe de efecto prohibido a la mala literatura -pero verosímilmente
legitimado por las tozudas leyes de la casualidad- que al patriarca universal
de las letras, Gabriel García Márquez, se le acabaran los días de la vida el
mismísimo día y mes en que dieron la suya, según se certifica con pequeños
matices sin importancia, los inmortales William Shakespeare y Miguel de
Cervantes. No fue así, sino que el colombiano se anticipó lo justo para no
coincidir con la silenciosa noche de fastos procesionales que rige el
calendario cristiano y para alcanzar a la fiesta anual del Libro ya convertido en
cenizas, definitivamente alejado de los oropeles y las multitudes de una celebridad que siempre
contempló con complacida distancia. Gracias por tantas páginas, por tanta luz.
En cuanto a mí, ayer me quedé en la casa con el propósito exclusivo, alentado por el
insomnio de madrugada, de releer el primer capítulo, y solo el primero, de una docena o más de novelas que significaron mucho o que aún significan algo en mi
particular periplo como lector de novelas, sin otro criterio que el placer de
principiarlas al azar, huyendo de cualquier atisbo de perversidad canónica, con
vocación aleatoria, sabiendo que me faltan algunas, sin plan. Así, fueron pasando por mis manos El Quijote, El Lazarillo
y La Regenta, El extranjero, Madame Bovary, La muerte en
Venecia y Crimen y castigo, El túnel, El invierno en Lisboa, Rayuela,
Escuela de mandarines y Juegos de la edad tardía, Memorial
del convento y El año de la muerte de
Ricardo Reis y La caverna, El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada y Cien años de soledad. En todas recaudé algo nuevo, algún mensaje dirigido a mí, un pensamiento o una pirueta emocional que había olvidado o que no supe ver o interpretar las otras veces.
martes, 22 de abril de 2014
BANDO DE LA HUERTA
Hay un día en que la
ciudad conmemora sus raíces, un día en que oleadas de lugareños y forasteros
inundan sus calles y abarrotan sus parques uniformados bajo el disfraz moderno de
los antiguos atavíos. Ese día, auspiciado por las autoridades y bendecido por
altos valores incuestionables como la identidad y la pertenencia, los locales
de ocio sacan a la puerta sus barras y sus estrépitos de lo que llaman música,
y el común de la ciudadanía deambula de la mañana a la noche, comiendo y
bebiendo sin tasa de las longanizas y los chorizos y las
morcillas y otras suculencias de la región que almacenan en sus carritos del
Carrefour o del Eroski. Ese día casi todo está permitido, casi todo se legitima
y se ensalza, desde la producción de toneladas de basura que ya vendrán a
recoger los escuadrones de la limpieza a la consagración de cualquier rincón en
meadero público durante toda la jornada. Ese día los más niños aprenden de la
liberalidad contagiosa de sus padres, y ese día, también, decenas de adolescentes emancipados
para la causa de la fiesta, jóvenes imberbes que nunca se habrán subido a un
árbol ni sabrán distinguir una era de un bancal, colapsarán los servicios de
urgencias de los hospitales con la fe suprema de su bautismo identitario. Ese día es
hoy.
martes, 15 de abril de 2014
DEPENDENCIA DIGITAL
Pocas cosas me exasperan más que el que cualquiera de mis
hijos, rehenes de ese victimismo tribal que a menudo acusa la edad adolescente,
venga a decirme que se aburre. Me aburro, papá…, y al pronunciarlo para mí apenas
se percata de que el dardo de su aburrimiento, su formulación expresa, se clava
con todo su veneno en la conciencia protectora del vocativo, que soy yo. Cómo
es posible que te aburras, y qué culpa tengo yo. Aburrirse, para ellos, se
traduce en un estado transitorio de intolerable quietud, en un paréntesis de inacción
forzosa, en una quiebra de la expectativa inmediata, en un atisbo de orfandad
que hoy por hoy solo acallan con éxito esas maquinitas del demonio que colman el mapamundi
de sus dependencias. Tantos libros por leer, tantas películas por ver, tantas
canciones por escuchar, tanto que aprender y tanto que disfrutar, tantos
proyectos aguardando la hora dulce de su imaginación, tanta energía para sentir
o para pensar o para no hacer absolutamente nada, y sin embargo ahí está la moderna fiebre del aburrimiento, y ahí están para anestesiarla esos monstruos
digitales, se apropian de su voluntad y de sus dedos y de muchas cosas más, ya casi son indisociables
de la palma de esa mano que consultan a cada instante para no aburrirse, para existir en el mundo global y virtual con el que han nacido, y cuyos efectos sobre su
sistema nervioso y sobre sus neuronas ya circulan fatalmente por la sangre de las generaciones futuras.
lunes, 14 de abril de 2014
UN ANÓNIMO
Con ese acento intempestivo en que zozobran las respuestas
retardadas, hoy me sorprende el comentario a una entrada tan antigua que casi
la había olvidado, pues la escribí y la colgué en junio de 2008 bajo el título Borges y el otro. El circunstancial comentarista, con la desmañada pero
inequívoca inquina de ciertos mensajes anónimos (eso deduzco de su hilaridad
onomatopéyica), viene a reprochar la “floritura y pedantería” de mis
argumentos, y a su manera concluye que podría decirlo de otro modo y hubiera
quedado “igual de mono”.
En lo primero que he pensado al leerlo ha sido en aquel cuento,
compilado por don Juan Manuel, que receta la anécdota del padre y del hijo que
se subían o se bajaban del burro según la opinión de las gentes, resultando que
no había forma de contentar a todos: en la vida como en la literatura, uno al
fin tiene que intentar hacer lo que buenamente quiere o sabe o le dejan. Que todo puede ser dicho de otro modo es una obviedad
afortunada; en efecto, es en el decir donde se vierten y advierten los matices que
dan cuenta de un estilo propio o impostado, de una voz genuina o del eco torpe de
otras voces. Uno escribe como escribe, a veces con regocijo íntimo y otras muy
a pesar suyo, a veces para bien y otras paral mal, a ratos recaudando algún
piropo o palmadita y otras provocando el bostezo y hasta el desencuentro de
quien lee. En cuanto a lo de “floritura y pedantería”, ahí sí que me ha
dado: admito que es en la afectación de estilo que ambas palabras denotan y denuncian
donde más inseguro me siento cuando escribo, donde a menudo más se empantanan
muchas de mis páginas, sobre todo las de ficción narrativa, sobre todo las que
todavía no he sabido dar por concluidas y permanecen en el limbo incierto de los
inéditos.
Firme defensor de las curas de humildad, de su terapia infalible y necesaria, en tal medida agradezco y canalizo el comentado comentario de este
anónimo.
viernes, 11 de abril de 2014
MIGAJAS DE PERFECCIONISTA
Un diario íntimo lo hace la caligrafía. El
color de la tinta, el trazo de la pluma, el tamaño de un cuaderno. El diario
cuenta lo que no se puede o no se sabe contar en otra parte, y se vale de una
trama dada: el día siguiente va a ocurrir. Ejercicio misántropo contra la
pérdida de asombro, se corre al diario a revalidar las noticias personales, a
ensayar el gusto, a falsear lecturas y viajes, a reencontrarse con la propia
sombra o con los muertos venerados. El diario consigna las distracciones de un
destino, lo vivido dos veces y las vocaciones vicarias. La cueva donde fingirse
otro: Pessoa encomendando la escritura de su diario a uno de sus heterónimos;
Wittgenstein regalando el desasosiego de una fortuna heredada. La contraseña
del diario se calla en el blanco entre una frase y la siguiente. Sin una
continuidad ostensible, cada oración conserva su incandescencia, su temperatura
original. Diario: pereza que se niega a escribir lo otro,
la obra. Migajas de perfeccionista. El
diario íntimo como esténcil: el recorte de una figura, escena, rapto, la
creación de un vacío al que se procederá a aplicar un color. Orilla limítrofe
entre vida y literatura, iguala estilos y arriesga sabiendo que no será juzgada
con la misma vara. En su estado edénico, no presupone fecha de entrega ni pie
de imprenta. Un género tan amplio que es como decir novela (y una novela es
entre otras cosas el diario de su avance). […]
Matías Serra Bradford
jueves, 10 de abril de 2014
UN TAL AVELLANEDA
Con el
pulcro rigor del calendario -docto en ciclos contables y en eventuales efemérides-,
este año se cumplen cuatrocientos desde que se editara en una imprenta de
Tarragona una continuación del Quijote
no escrita por el autorizado padre de la primera entrega, Miguel de Cervantes,
sino por un tipo que dice ser de Tordesillas, un tal Avellaneda de quien hoy apenas
sabemos que también ese apellido pudo ser impostado. Como presiento que no se
harán grandes rememoraciones ni congresos en los saraos literarios al uso, he
querido acordarme de este misterioso personaje y de su obra para insistir en el
papel objetivamente providencial que su famoso plagio ejerció en el pulso
narrativo y en la inventiva de Cervantes a partir del capítulo cincuenta y
tantos de la segunda parte, al extremo de tener que reconocerle aquí su
involuntario pero definitivo granito de arena en la suerte y la gloria del inmortal complutense. No negaré que es este un episodio de la historiografía literaria que desde muy temprano reclamó mi
atención -tan atenta a las inescrutables líneas del azar-, sea en un breve
artículo de impronta borgiana que titulé El plagio necesario, sea en “La víspera”, un cuento no menos breve incluido en La sonrisa del ahorcado que imagina
el encuentro del mismo Avellaneda con un Cervantes que agoniza en su cama.
martes, 8 de abril de 2014
POR SENDEROS IMPENSADOS
El destino
nos lleva por senderos impensados. El día de ayer, todavía con el color de París
en la retina, se me ocurrió despachar un texto de Julio Cortázar en que
responde a las preguntas de una revista norteamericana y aprovecha para no
dejar títere con cabeza, empezando por la propia revista y continuando con el
neocolonialismo yanqui, que tan a menudo se disfraza de otras cosas para servir
a la causa suprema del capitalismo, “triste paraíso de unos pocos a costa de un
purgatorio cuando no de un infierno de millones y millones de desposeídos”. Más
adelante ya sí habla de literatura, de su compromiso literario en el contexto
latinoamericano del año 1969, de su visión desmitificadora del fenómeno bautizado como boom, de la
libre y respetable versión cinematográfica que hiciera Michelangelo Antonioni
de uno de sus cuentos (lo que a mí me descubre que casualmente tengo el DVD de Blow up en el estante y que nunca supe
que hubiera surgido de Las babas del
diablo y que esa película me apetece verla ya), del futuro de la novela (que
por cierto le “importa tres pimientos; lo único importante es el futuro del
hombre, con novelas o televisores o todavía inconcebibles tiras cómicas o
perfumes”) y de su marginalidad sin ninguna pretensión de hacer carrera, actitud expresada
en algún pasaje como este que no quisiera extraviar de mi modesto horizonte:
“Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y
después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya
anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; solo los imbéciles
pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle
empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones
internacionales”. La tarde se fue apagando en un tórrido desguace de
automóviles al que por primera vez en mi vida no tuve más remedio que acudir, en busca de un faro.
lunes, 7 de abril de 2014
NO HAY COMENTARIOS
Un suave giro de llave, un par de vueltas a la cerradura,
una puerta que se abre desde fuera. Se recortan en el pasillo de la planta dos sombras
humanas con sendas maletas de mano, e inmediatamente esos bultos se convierten
en siluetas y luego en cuerpos sorprendidos de su reflejo en el recibidor de la
entrada, solo unos segundos, solo un instante en el que caben el recelo y el inmediato reconocimiento tras
una semana de ausencia. A estas horas de la noche la casa expide un silencio
seco, distante, como si no esperase ya ninguna visita, ningún regreso. Las paredes y los muebles se
han habituado a la soledad sucesiva de los días; se diría que existen orgullosamente detenidos
en su misteriosa quietud de objetos y de cosas. Poco a poco los recién
llegados iluminan cada cuarto, colonizan los espacios, escudriñan las huellas
imposibles de su propia deserción, reconquistan los antiguos gestos para inventar de nuevo
la dulce monotonía de las horas. Sobre la mesa del despacho continúa abierto, dibujando un ángulo
de cuarenta y cinco grados, el ingenio al que el hombre se acerca, termina de abrir y activa con
un certero golpe del índice en una de sus teclas. Hay entonces un momento de secreta expectativa, una especie de fe para la que no halla razón sensata y que muy pronto se diluye como un espejismo, mientras su rostro se da contra la sentencia impasible de la cifra roja que ameniza la pantalla: algo más de un
centenar de visitas, calcula, a medio camino entre la gratitud y el desánimo y la resignación. Y añade: ¡pero ningún comentario!
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