martes, 11 de diciembre de 2012
AHORA SÍ, TAL VEZ
Respecto de la obra hecha y acabada -a propósito, ¿quién se
atreve a sancionar, en los dominios singulares del arte, que una obra es
definitivamente hecha y acabada?-, veo próximo el momento tantas veces diferido
de desprenderme de ella sin hacer cálculo alguno de rentabilidad literaria -a
propósito, ¿qué es la rentabilidad literaria, qué clase de escritor planifica y
negocia la emisión y recepción de sus palabras y universos?-. Ignoro en qué
porcentaje me pudo el miedo o me cegó el orgullo, esas fuerzas siniestras que
se alían contra el destino de las cosas y los hombres. Mas ahora, frente al
lastre verdaderamente infinito -y ya, sin duda, yermo- de las sucesivas
versiones -tantas que confunden la luz originaria en su espiral sin fin-, necesito
ahora dar lo que engendré y fue mío y aún me pertenece, editarlo en suma, y aligerarme
de su peso de lustros para seguir creciendo o, al menos, alimentando esta fe que
es mi quimera. Lo veo tan próximo que casi lo palpo, y me deslumbra la
fugacidad de su instante, y se me anticipa, ineludible, esa especie de la nostalgia que
destella en la memoria con la ilusión de un recuerdo que todavía no es.
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