lunes, 3 de diciembre de 2012

IDA Y VUELTA

Encargué copia del mecanuscrito, agujereé y encuaderné sus páginas, lo introduje en un sobre. El mediodía soleado de noviembre me vio caminar por una calle tan larga como mis dudas y atravesar después un jardín frecuentado por los rostros de la inmigración; luego pasé sobre un puente que llaman de Los Peligros, me confundí en el bullicio peatonal del centro y dejé atrás la magnífica puerta principal de la institución. Conforme me aproximaba al edificio que pulió mis inquietudes, mientras subía la escalera exterior y oía tacones ajenos en el hall -así dice la cursilería anglófila-, tuve la certeza de estar repitiendo los gestos de una criatura de novela. Pregunté, se me informó. En una nota clavada en la pared certifiqué que la tutoría presencial de alumnos era, en efecto, a tal hora, pero aporreé hasta tres veces con los nudillos y no hubo nada. Aguardé de pie, con el sobre bajo el brazo, mirando el reloj que a su vez me miraba con su insistencia perpleja, reforzando la sensación de que esa misma escena ya me había sucedido antes, acaso en otras vidas, muchas veces. Quien se hacía esperar surgió de pronto, empequeñecido por su sabio maletín, avejentado por la rutina de los días. La mano floja que estreché fue tan solo el preludio de un saludo distante, de un reconocimiento en retirada. No hizo falta un minuto para que le hablase del volumen ni de las treinta y tres piezas que le dan cuerpo: el lejano profesor declinaba de entrada el propósito que me hubiera traído a su despacho y se excusaba penosamente con los múltiples compromisos de su cátedra, con la peligrosa columna de libros pendientes de lectura y recensión, con inexcusables razones de tiempo y de salud que yo comprendería. Por supuesto que comprendía. Volví al sol de noviembre respirando el imprevisto alivio de las contrariedades, emulando al personaje de un relato que se hubiese desprendido del peso de este trámite necesario, reforzado por un destino que prefiere que aún siga siendo el único que acaricie con mis dedos el retoño secreto, el fruto inédito de tantos desvelos y esperanzas.

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