miércoles, 18 de diciembre de 2013
SILENCIO ADMINISTRATIVO
En algún momento, el ciudadano de a pie se ha de enfrentar
al odioso trámite de reclamarle a cualquier instancia pública la reparación de lo
que a su juicio es un error en la aplicación de las legalidades vigentes, sean
cuales sean y alberguen más o menos esperanza de éxito las razones argumentadas
en la hoja que se le dispensa. Es entonces cuando el engranaje de la burocracia
activa sus mecanismos de defensa y, pasivamente, lejos de atender la demanda, lejos
de dirimir en tiempo y forma una solución al conflicto, lejos de resolver de
manera favorable o contraria al interés particular, se inventa esta socorrida coletilla
-silencio administrativo- que se
evidencia como un escupitajo verbal en los labios del mensajero, lo que se
traduce asimismo en el sutilísimo desprecio y ulterior insulto de la administración pública
hacia el mismo ciudadano que la sostiene con su docilidad y con sus impuestos.
Oscuro designio de ascensores y de corredores secretos y de despachos
confortables contra el que no cabe otro recurso que la pataleta, esa bonita plataforma sobre la
que se desahogan los indignados y que funciona de antesala opcional a la apatía y la
resignación; o, peor aún, preludio de aquel olvido que nos conducirá,
irremisible y poético, adonde habite la nada. Sucede a menudo, aunque ya no nos acordemos.
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