Como no sabían qué
hacer conmigo, sentaron mi cuerpo de piedra en un jardín y me pusieron un libro
de piedra abierto entre las manos. En las hojas del libro no había nada
escrito.
Me aburro. Frente a mí
han sembrado unas pocas flores blancas. A veces pasa alguien y yo quisiera
gritar, o mover un brazo, o sonreír, cambiando la expresión de tristeza
contenida que me han asignado.
Pero no puedo. Porque
soy un poeta de piedra, porque soy un poeta muerto, porque soy un poeta
anticuado.
Jose F. Kosta
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