A la salida de un macrocentro comercial, con la irritación
propia de quien no sabe tolerar el grueso de la estupidez ética y estética
reunida en estos santuarios de moderno culto, me acuerdo otra vez de Cipriano
Algor, el entrañable artesano de
La caverna
de Saramago, y me acuerdo sobre todo, y me recito como un bálsamo, mientras
arranco el motor del coche y enfilo el carril abarrotado, para mis adentros, aquella oda de Luis de León
que él escribió -dicen- en una pared de la celda donde permaneció cinco años:
A LA SALIDA DE LA CÁRCEL
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con solo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.
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