domingo, 4 de marzo de 2018

Vimos la película basada en la biografía del visionario de la informática Steve Jobs, dirigida por Danny Boyle en 2015. La vimos en casa, tras sucesivos aplazamientos, y a mí no me gustó. No me gustó la película en sí, en tanto que objeto de arte que aspira a elevarse sobre la mera anécdota: difícil de seguir para quien no participe de los guiños para iniciados, indigerible para quien no sepa descifrar la sarta velocísima de alusiones tecnófilas y los intestinos de la competencia en este agresivo sector. Tampoco me gustó el perfil sesgado, caricaturizado, que se hace del protagonista, sin indagar con más sensibilidad en sus orígenes, en su formación, y obviando algún episodio que lo humanice a través de su periplo vital completo: creo que se casó con alguien y que tuvo más hijos y que padeció el cáncer que determinó su muerte a los 56 años. Se me ocurren varios y mejores enfoques para penetrar en las grandezas y las miserias de aquel Jobs, icono innegable de las modernas tecnologías. 

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