miércoles, 7 de marzo de 2018

Hace exactamente veinticinco años -todo un cuarto de siglo- redacté a mano, de cara al ventanal de mi habitáculo en una residencia a las afueras, el epílogo a un poemario escrito nueve inviernos antes, en el fulgor adolescente de mis diecisiete y mis dieciocho. Era mi primer libro y al final se publicaría como segundo, pero fue allí, entonces, cuando lo revisé y lo reescribí para, unos meses más tarde, mecanografiarlo a golpe de dedos con la olivetti y mandárselo por correo certificado a la editora de Barcelona, Amelia Romero. Recuerdo como una foto en mi retina la caligrafía que clausuraba el folio con el lugar y la fecha -"Turín, 7 de marzo de 1993"- y recuerdo la pluma de tinta azul con la que fui dibujando aquellos signos, tal vez en un atardecer frío y seco que ponía de rosa la nieve reciente de Los Alpes. Transcurrió media vida, pero de algún modo, ahora, sigo allí, estoy allí.

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