jueves, 8 de marzo de 2018

Pienso a menudo en la hipótesis de la jubilación como en un paraíso de tiempos posibles, dedicado disciplinadamente, avariciosamente, en horario fijo y sin vanas distracciones, a la lectura y la escritura. Mientras otros sueñan despertares tardíos, eventos ociosos, visitas guiadas y pasajes hacia mil destinos postergados y exóticos, yo ambiciono la vastedad serena de los días, sobre todo de las mañanas, para frecuentar a mi antojo el espacio de mi propia biblioteca y para, fiel a mi vieja vocación, ir cerrando poco a poco todas esas puertas que dejé y que todavía dejo abiertas: tres novelas que se mueren de la risa y otras tres que solo habitan mis insomnios, irrenunciables poemas que me miran desde alguna distancia que ya no sé si ubicar en el pasado o en el futuro, un sinfín de proyectos apenas intuidos, apenas esbozados, que han sido y serán el pasto inquebrantable de mi fe, el azul discreto de mi otoño. ¿Quién seré yo cuando eso suceda, si sucede? ¿En qué otra paz se habrán diluido mis quimeras?

1 comentario:

Anónimo dijo...

La jubilación es un término legal que, sin embargo, no es tan absurdo como la mayoría. Es puro júbilo ser dueño de tu tiempo. No son unas largas vacaciones, a la mierda con ellas! Eran puro estrés a medida que se acercaba el regreso al tiempo reglado, que era todo, no solo esas 7 u 8 horas diarias de trabajo que condicionan tu vida.
Es la posibilidad de gozar hasta el fin de tus días de hacer lo que quieres sin contemplaciones. Dormir un poco mas, cuando vienen los mejores sueños; aprender aquello que deseabas y no tenias tiempo de estudiar, descubrir nuevas actividades o recuperar otras olvidadas que te gustaban, hacer nuevas amistades... Incluso aburrirse en soledad puede ser un placer. No le temas a la jubilación, yo llevo un año y te aseguro que me ha dado Vida.