jueves, 1 de marzo de 2018

Esta mañana, media hora antes de lo habitual, mi enigmático personaje de carne y hueso ha atravesado las vías del tren en dirección inversa, internándose en el barrio de la zona sur. Iba solo, como siempre, con su vestimenta y sus zapatones y sus gafas oscuras, con su pelo entre encanecido y amarillo, con su ligereza infatigable; pero por primera vez desde que conozco sus andanzas urbanas, he oído el timbre de su voz hablándole a un teléfono móvil que se acercaba con la mano derecha, casi rozándole el bigote y los labios. He apurado mi café mientras su figura se desdibujaba al final de la calle, sobre un fondo sucio de partículas en suspensión.

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