Como los miércoles disfruto de un horario lectivo sorprendentemente benévolo, me despierto mucho antes de que irrumpa la alarma y me entrego a la amable expectativa que me depara la mañana. Me he cerciorado de mis progresos en la báscula (77 kilos y 400 gramos, no está mal), he despachado un par de clases con lecturas de redacciones y he dejado a mi espalda el instituto con la idea de rentabilizar el preciso itinerario de mis pasos. En la oficina de correos, he efectuado el envío de mi último cuento, calentito aún, botella lanzada al proceloso mar de los concursos. En la otra acera, he sellado los seis números de la suerte (12, 15, 19, 34, 47 y 49, todos excepto el último portadores de un secreto valor sentimental). Mientras caminaba hacia una mercería céntrica se me han ocurrido hasta cinco entradas para verter a este blog, y ninguna la que ahora escribo; allí he dejado un pantalón nuevo para que le doblen los bajos. Deambulando, sin saber cómo, tras constatar en el escaparate la persistencia de otros coetáneos y demás ralea de la provincia, me he sorprendido a mí mismo censurándole al librero que mi volumen (del que aquí se han vendido 45 ejemplares con un margen de beneficio del 35%) esté ausente de sus mostradores desde hace meses. Luego me he sonreído un rato con los microcuentos, casi chistes de whatsapp, que sobre matrimonios y divorcios recoge un título que no recuerdo, de autor inglés nacido en 1970, editado por Alfaguara. Con sorpresa tibia, he hojeado un poemario que leí mecanuscrito, años ha, por cortesía de la misma autora que hoy no gasta la cortesía de obsequiármelo ni de citarme, al final, junto a esos otros que al parecer también leyeron el mecanuscrito y que, acaso como yo, le sugirieron mejoras sustanciales. He pagado mi café con un euro y cuarenta céntimos, y en ese intervalo se ha acercado un cantaor verosímilmente andaluz y ha voceado al aire su copla ("Pajarillo volandero / si pasas por la tierra mía / pajarillo volandero / si ves a la madre mía / dile lo mucho que la quiero / que por ella pierdo la vííía") y al terminar he puesto sobre su guitarra un euro y pico de calderilla. Al minuto, he fotografiado con mi móvil a un amigo que, como a cincuenta metros de mi mesa, acuclillado entre transeúntes, hacía otra foto con su móvil, y lentamente se ha ido alejando hasta desaparecer de mi vista. He cerrado en mi cabeza un relato que ya sueño con sentarme a escribir y que tratará de regresos y de lunas y no digo más. Volviendo, porque no me apetecía suspender mi buen ánimo, he evitado tropezarme con dos jubilados de la enseñanza de los que alguna vez fui colega. Por fin, de nuevo en la sala de profesores, hoy tampoco he hallado el momento de revelarle a nadie la primicia: este mismo año volveré a ser padre, padre tercerizo.
miércoles, 5 de marzo de 2014
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2 comentarios:
En cuanto a la entrada: Ha sido el repaso a una mañana, pero bien podría ser el repaso a una vida. Y si lo acomodas, hasta lo que te sucedió en una hora. Qué misterio.
En cuanto a la paternidad: envidia, siento envidia.
Qué envidia más generosa, señor Murciaútil.
Felicidades.
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