skip to main |
skip to sidebar
LECTURA EN EL GAYA
Toda la tarde revisando poemas viejos, poemas inéditos, poemas
sorprendentes, poemas irreconocibles, poemas de otro, poemas olvidados, poemas
torpes, poemas insensatos, poemas auténticos, poemas que aún me justifican. Toda la tarde tratando de seleccionar una muestra para la lectura de esta noche en el Museo Gaya. El
primer verso lo dictan los dioses, escribió Robert Graves; el resto ya es cosa
del poeta. A mí, uno de los primeros poemas que recuerdo haber escrito me lo puso
en bandeja la casualidad, a eso de los doce o trece años, mientras miraba el
vuelo de las palomas en la plaza de la iglesia de mi pueblo. Era el atardecer
de un día que no sé fijar en el calendario. Sentados en un banco, tres ancianos
charlaban a gritos. Luego se hizo un silencio largo, salpicado de batallas y de
afanes, suspendido en ese crepúsculo apacible que poco a poco va poblando de
sombras los cerros. Y de pronto se alzó una voz grave, sabia, resignada, una voz que
parecía estar aguardando siglos para clavarse definitivamente en mí, en mi humilde
destino de poeta. Todavía puedo escuchar aquel misterio: “Siempre haciendo
esparto y siempre descalzos”, dijo. Después regresó el mismo silencio, la misma
quietud. Pero esas palabras alcanzaron a mi oído como una bomba de resonancias
poéticas interminables, como una ráfaga de gracia que me convulsionó con un ímpetu
hasta entonces desconocido. Volví a la casa excitado aún, temblando de urgencia, poseído.
Tomé un bolígrafo y garabateé las mismas palabras, y sin darme cuenta las
encerré en una opaca descripción, en una especie de marco que salvaguardara lo
esencial. ¡Qué extraño!, toda la tarde desempolvando versos viejos, tratando de encontrarme a mí mismo en la estela tumultuosa de mis poemas inéditos, para acabar
sucumbiendo al milagro primigenio de aquel día inaugural, de aquella dulce sacudida de palabras anónimas: "Siempre haciendo esparto, y siempre descalzos"...
No hay comentarios:
Publicar un comentario