jueves, 27 de febrero de 2014

LA VERDAD

-Si después de esto mañana no cae nadie, este país está definitivamente perdido.
Acababa de poner el broche a un relato de seis páginas que me había ocupado varias tardes de la última semana, una historia que tira su piedra ya en el título y que, con ese reclamo o esa trampa, se desliza a través del personaje forzando las sucesivas anticipaciones del lector, todas erróneas salvo la definitiva, o eso espero.
Tomé asiento frente al ingenio de la tele y me dejé tentar por la sana expectativa de las palabras con que se me había recibido. En los primeros minutos experimenté una vaga punzada de incredulidad o de reserva que poco a poco se transformó en vértigo; después, con su inevitable reguero de estupor por el alcance histórico de los hechos, me fue venciendo la afable espiral de las tramas impensadas. Los testigos, ahora protagonistas directos e intérpretes autorizados, no hablaban desde la tosca hipótesis ni se amparaban en artificiosas teorías revisionistas, sino que daban la vuelta a la versión conocida -la versión oficial, la única versión- con la naturalidad pasmosa y a ratos insultante de lo obvio, pese a haber permanecido treinta y tres años exactos en un silencio cómplice, bajo llave del interés general del Estado o algo así. Diré que hubo un momento álgido, al menos para mí, en que la imaginación, excitada por lo que estaba viendo y escuchando, se extravió en las regiones de la ficción literaria preguntándose cómo no se le había ocurrido a nadie -¡y a mí tampoco!- un argumento tan jugoso e inteligente sobre el golpe del 23-F, fuere para una novela o para el guion de una película. Pero a esas alturas el experimento televisivo (que eso era, como en la radiofónica Guerra de los mundos de Orson Welles) tocaba a su fin, los hilos sutiles del falso documental se iban desdibujando en la pantalla y alcanzaban al corazón dividido de los espectadores con una mezcla de decepción y de gratitud. Se había conseguido lo más difícil: zarandear nuestra conciencia adormecida, alertarnos frente al poder disuasorio de las verdades aceptadas y de las medias verdades, recelar de las arbitrariedades impunes de los medios.
-No, mañana no caerá nadie, aunque razones no falten.

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