Un par de años antes me habían premiado el relato La sonrisa del ahorcado, engarce de cuatro monólogos de protagonista único que más tarde amplié hasta seis. Así que me pidieron un texto breve, a manera de introducción o de poética o qué sé yo, para el libro que reuniría los textos ganadores en las últimas ediciones del concurso. Lo que me salió es esto que acabo de encontrarme, debajo de una foto de entonces en la que parezco un presidiario, sea por la melena incontrolada de aquellas mocedades o por la camiseta de franjas horizontales, rojas y blancas, que a tantas batallitas sirvió. Aquel muchacho era tan osado, o pretendía serlo, que se tomó la licencia de iniciar sus palabras con un gerundio y con una frase que nadie sabe de dónde manaba o a qué ancestros remitía:
"Abundando en estas cosas, y no queriendo ser prolijo en asunto que ya no lo merece, añadiré tan solo, para terminar mi perorata, que de un tiempo a esta parte narrar ha empezado a ser, al menos para mí, y cada vez más cariñosamente, un simpático ejercicio de aproximación a la Verdad -a mi Verdad- por medio del Lenguaje; tal vez un privilegio. A veces, claro, este primario espíritu onanista se desliza necesariamente hacia un exhibicionismo infecto de matices vergonzantes, de gozosos sucedáneos. Es la hora de la publicación y de los premios".
Está en la página 30 del volumen Premios del Certamen Jara Carrillo, 1988-1990. En la siguiente, bajo el título del cuento y el seudónimo que adopté (Abenjacán el Bojarí, acaso mi primer tributo a Borges), dos citas de sendas lecturas de aquel tiempo:
"Las cosas que terminan dan paz y las cosas que no cambian comienzan a concluirse, están siempre concluyéndose. Lo terrible es la esperanza", de El lugar sin límites (José Donoso);
"Nada se parece tanto a una persona como la forma de su muerte", de El amor en los tiempos del cólera (García Márquez).
Ahí queda lo que alguna vez fue.
jueves, 20 de febrero de 2014
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