martes, 7 de enero de 2014

RAZONES DE PESO

Esta mañana, tras ceder al terco embrujo de la báscula, mi cuerpo y yo hemos constatado que el estropicio de las últimas semanas, aunque notable, todavía hubiera podido ser más grueso.
Cada año que acaba, abonado a la puntualidad cíclica de los ritos festivos señalados en rojo en el calendario, mi fe se reafirma en los mismos propósitos de moderación, y cada año que comienza me maravilla el volumen de fragilidad que suelen alcanzar, su escasísima vigencia, invariablemente reducidos a un endeble y circunstancial y casi cínico propósito de enmienda. Es entonces cuando me arrepiento de haber condescendido a los sucesivos compromisos socio-familiares que se nos imponen o que negociamos con obstinación anacrónica, razonando que son las fechas que son y que no queremos aguarle la fiesta a nadie; y me reprocho la larga lista de excesos que pudieron evitarse con una poca de sensatez; y, si hago cuentas, hasta se sonroja la sobriedad de mis principios con cada una de las veces que comí sin hambre o que bebí sin sed.
Esta mañana la báscula se apiadó de mis peores presagios con la tregua psicológica contenida en una décima: 79.9, ha sentenciado.

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