viernes, 24 de enero de 2014

LA FIESTA

Ya me estaba torrando un poco, es verdad -tanto que en más de una página había rumiado benévolamente aquello tan castizo de “zapatero a tus zapatos”-, cuando después de unos días de descanso lo abro por la señal y me sumerjo en la sección número 25. ¡Admirable! No es solo la abundancia expresiva y el rigor léxico, no es solo la contundencia ejemplar de la argumentación en su cascada de razones sintácticas: es sobre todo la transcripción casi literal de lo que uno piensa desde hace tiempo, de lo que uno ha sospechado tantas veces y nunca se le ha ocurrido enhebrarlo o no lo ha sabido encajar en ningún sitio, o bien de lo que uno ha dicho con la boca pequeña para no ser tildado de aguafiestas. Reproduzco un fragmento, dos párrafos donde el magisterio del estilo se une a la inteligencia crítica en un fastuoso alarde de sentido común:
La conmemoración y no el presente; el simulacro y no la realidad; la apariencia y no la sustancia; el acontecimiento espectacular de unos días y no el empeño duradero en mejorar lo cotidiano; la fiesta como identidad y casi como forma de vida y no la secuencia de los días laborables, del tiempo en el que el trabajo se compensa con el ocio privado; la fiesta como obligación unánime, como prolongada interrupción de la normalidad, como expresión de lo verdadero y lo irrenunciable, lo masivamente compartido; la fiesta como culminación del año y como gasto prioritario del presupuesto público; la fiesta legitimada por los siglos o envejecida a los pocos años de su invención; la fiesta como cultura recuperada, salvada después de una supuesta persecución que añade la categoría de víctimas heroicas a los que la celebran; la fiesta con pregones altisonantes en los que alguien cobra un dineral por celebrar con prosa de fritanga las glorias locales; la fiesta con procesiones solemnes, con galas litúrgicas, con complicaciones protocolarias, con trajes regionales, con corridas de toros, con carreras de mozos beodos delante de becerros despavoridos, con batallas colectivas en las que se arrojan y se pisotean toneladas de tomates, con aterradores escándalos de petardos por culpa de los cuales de vez en cuando muere alguien o hay un incendio; la fiesta en la que hacen reportajes equipos de televisión extranjera, confirmando lo brutos y primitivos y lo exóticos y coloristas que son los españoles, incluso aquellos que celebran su fiesta en un éxtasis de autenticidad antropológica que les confirma su obstinación de no ser españoles; la conmemoración de la conmemoración: en 1992 se conmemoraron con una exposición universal los cinco siglos del descubrimiento de América y en 2012 se ha conmemorado el vigésimo aniversario de la exposición del 92.
Uno de los rasgos menos examinados de la democracia española ha sido la propensión al paroxismo de la fiesta. Y uno de los capítulos más incalculables del despilfarro que ahora tenemos que pagar es el de todo el dinero público que desde hace treinta y tantos años se ha gastado en fiestas: en fiestas municipales y comarcales, en fiestas autonómicas, en fiestas de barrio, en carnavales, en fiestas de la primavera, en fallas y sanfermines y rocíos y ferias de Sevilla y en imitaciones de la Feria de Sevilla.
Antonio Muñoz Molina 
Todo lo que era sólido (2013)

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