La conmemoración y no
el presente; el simulacro y no la realidad; la apariencia y no la sustancia; el
acontecimiento espectacular de unos días y no el empeño duradero en mejorar lo
cotidiano; la fiesta como identidad y casi como forma de vida y no la secuencia
de los días laborables, del tiempo en el que el trabajo se compensa con el ocio
privado; la fiesta como obligación unánime, como prolongada interrupción de la
normalidad, como expresión de lo verdadero y lo irrenunciable, lo masivamente
compartido; la fiesta como culminación del año y como gasto prioritario del
presupuesto público; la fiesta legitimada por los siglos o envejecida a los
pocos años de su invención; la fiesta como cultura recuperada, salvada después
de una supuesta persecución que añade la categoría de víctimas heroicas a los
que la celebran; la fiesta con pregones altisonantes en los que alguien cobra
un dineral por celebrar con prosa de fritanga las glorias locales; la fiesta
con procesiones solemnes, con galas litúrgicas, con complicaciones
protocolarias, con trajes regionales, con corridas de toros, con carreras de
mozos beodos delante de becerros despavoridos, con batallas colectivas en las
que se arrojan y se pisotean toneladas de tomates, con aterradores escándalos
de petardos por culpa de los cuales de vez en cuando muere alguien o hay un
incendio; la fiesta en la que hacen reportajes equipos de televisión
extranjera, confirmando lo brutos y primitivos y lo exóticos y coloristas que
son los españoles, incluso aquellos que celebran su fiesta en un éxtasis de
autenticidad antropológica que les confirma su obstinación de no ser españoles;
la conmemoración de la conmemoración: en 1992 se conmemoraron con una exposición
universal los cinco siglos del descubrimiento de América y en 2012 se ha
conmemorado el vigésimo aniversario de la exposición del 92.
Uno de los rasgos
menos examinados de la democracia española ha sido la propensión al paroxismo
de la fiesta. Y uno de los capítulos más incalculables del despilfarro que
ahora tenemos que pagar es el de todo el dinero público que desde hace treinta
y tantos años se ha gastado en fiestas: en fiestas municipales y comarcales, en
fiestas autonómicas, en fiestas de barrio, en carnavales, en fiestas de la
primavera, en fallas y sanfermines y rocíos y ferias de Sevilla y en imitaciones
de la Feria de Sevilla.
Antonio Muñoz Molina
Todo lo que era sólido (2013)
Todo lo que era sólido (2013)
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