Recientemente, en un encuentro público con lectores, se me invitó a opinar sobre los blogs literarios, o más bien sobre los blogs que alimentan (y alimentamos) algunos escritores. Sin desdecirme de lo que improvisé entonces, a bote pronto, he seguido rumiándolo y creo que ya puedo expresar algo muy parecido a lo que pensaba y aún pienso, pero de una forma más pausada y enriquecida de matices.
Como en casi todo lo que tocamos, un blog conlleva sus pros y sus contras; que la balanza se incline del lado de aquellos o de estos dependerá tan solo de las soberanas pretensiones del autor, quien habrá de definir muy bien el espacio que la tarea ocupa en su proceso creativo y la parte de su tiempo que está dispuesto a dedicarle. A tal punto que, según lo entiendo, el gran peligro no es otro que obsesionarse con la causa y volcar demasiada energía en trivialidades de bajo alcance literario, sea equivocando la intención de origen, extraviando el horizonte o, en suma, sucumbiendo a la dispersión de objetivos, todo ello a cambio de la autocomplacencia momentánea o del reñido halago de un lector esporádico.
Sin embargo, el blog también se impone como un maravilloso instrumento de accesibilidad democrática. Cualquiera puede abrir su ventana y arrojar a la red global su sucesivo mensaje en la botella y alentar la remota expectativa de un espíritu cómplice, y cualquiera encontrará o no el eco exacto que su certidumbre necesita para sentirse vivo, para saberse actual, para no derrumbarse del todo en el delirio de tantas soledades, para mostrarse y vindicarse y publicitarse legítimamente junto a su obra.
A mí, el blog me exige ejercitarme casi a diario con lo que más me gusta, que es escribir. El blog me mantiene despierto, vigilante, al acecho, y gracias a él halla su molde el imperioso cauce fragmentario del que en otros tiempos se nutrían los secretísimos dietarios póstumos. El blog, además, rehén de la divulgación inmediata, me obliga a
rematar cada pieza en un tiempo límite, sin regodeos ni concesiones a
ese afán perfeccionista que tanto me exaspera a veces y que a la postre se traduce en
paradójico cáncer para el estilo.
A menudo imagino que alguien sin rostro, desde un lugar indefinido, se cruza por casualidad con esta página y comienza a leerla sin otro reclamo ni otra
fe ni otra fortaleza que los signos depositados en la pantalla. Y que le gusta. Y que al día siguiente repite. Y que poco a poco se convierte en un asiduo. Si a mí me ha sucedido con unos pocos blogs, ¿por qué no habría
de sucederles con el mío a unos pocos lectores? Dime, ¿es tuyo el rostro que convoca esta noche?
sábado, 18 de enero de 2014
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4 comentarios:
Si
Querido Pedro, es siempre un placer leer tus reflexiones... nada que objetar! Un abrazo.
Así ha sido en mi caso.
Con frecuencia me asomo a esta ventana desde que un día la descubrí y me gustó.
Gracias, Anónimo, por asomarte a esta ventana.
Otro abrazo para ti, amigo Kosta; el placer es viceverso.
Sí, Juan, sabía que estabas ahí.
Ahora entiendo que a los tres os intuyo cada vez que poso la yema en la tecla "publicar".
Salud!
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