tal, que no determinaba
los bultos con quien hablaba
en el resplandor del día.
Y una noche que llovía
(como una de las pasadas)
a cántaros y lanzadas,
por las calles, caminando,
se iba mi ciego alumbrando
con unas pajas quemadas.
Uno que lo conoció
dijo: -Si no os alumbráis,
¿para qué esa luz lleváis?
Y el ciego le respondió:
-Si no veo la luz yo,
la ve el que viene, y así
no se encuentra conmigo aquí;
conque aquesta luz que ves
no es para ver yo, es
para que me vean a mí.
Calderón de la Barca
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