miércoles, 13 de noviembre de 2013

CON RASKÓLNIKOV

Fue un gesto impremeditado, hasta cierto punto ordinario y azaroso -pasar revista a los estantes, fijar la atención en un título, alcanzar el volumen y hojearlo-, pero un gesto cuyo desenlace me estuve negando, casi con delectación morbosa, deliberadamente, desde hace nada menos que dos décadas. Lo empecé el sábado, poco antes de mediodía, a esa hora en que la luz invade la estancia y nada es más tentador que meterse de lleno entre las tapas de una novela bien contada, con crédito, a ser posible un clásico. Desde entonces deambulo con él por las calles de San Petersburgo, tomo silla a su lado en cualquier taberna de mala muerte o me encierro a dormitar en el cuarto que él alquiló y que no paga hace meses. De algún modo, soy él, habito su determinación, me abandono a su destino. El domingo me leyó, o leí con él, la larga carta de su madre. El lunes fui testigo del sueño en que una yegua es maltratada por su dueño hasta la muerte. En mi mañana de ayer, alrededor de las siete de la tarde, salió al fin en busca de la vieja prestamista y cometió el crimen que andaba maquinando. Ahora nos espera a los dos el largo y venturoso periplo del castigo que se anuncia en el título, unas quinientas páginas de entrega obsesiva a la lectura, a ese placer que parece remoto, pero que para algunos sigue siendo esencial, imprescindible.

No hay comentarios: