miércoles, 8 de julio de 2015
Salgo temprano para gestionar un trámite administrativo. A la vuelta, no sé si llevado por la inercia o por el deseo de atajar, busco la sombra interior del campus de La Merced. Mientras lo atravieso de lado a lado, acude a mí la ligera esperanza de tropezarme con algún viejo profesor, con algún director de tesis, con algún antiguo becario aventajado, solo para acechar en la distancia sus pasos cansinos, solo para registrar sus andares estancados en la proverbial monotonía que media entre el despacho y la cátedra. Pequeños grupos de alumnos manipulan sus teléfonos móviles, echados sobre los bancos y los escalones, esperando tal vez la hora del último examen o de la penúltima recuperación. De nuevo en la calle, un meteorito de júbilo recorre mi espina dorsal. Regreso pronto, a buen ritmo, sudando.
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