La mayoría de los niños de mi infancia solíamos sucumbir a la ociosa tentación de anteponer una C (o una K, que se presumía como más subversivo) en nuestros ejemplares de Anaya. Era una pequeña insolencia, fácilmente perdonable, que arrastraba consigo la travesura impune de un atentado ortográfico: donde está la Y todos queríamos ver una LL.
Ahora leo en prensa que esta casa editorial, de tan larga y fructífera tradición en España -yo mismo debo mucho de lo que soy a la pedagogía y a la selección de textos de Fernando Lázaro Carreter-, acaba de comunicar que retirará y destruirá todos sus libros de lengua dirigidos a niños de seis años, tras la denuncia de un padre que tuvo la curiosidad de hojear el volumen de su hijo. Parece ser, según fuentes contrastadas, que en las biografías respectivas de Antonio Machado y de Federico García Lorca se deslizan perlas eufemísticas de cierto calibre histórico: del primero dice que se fue a Francia con su familia, donde vivió hasta su muerte en 1939; en cuanto al otro, admite que murió en la guerra de España, cerca de su pueblo, poco tiempo después de terminar su última obra de teatro.
Hay textos en que la verdad escueta se evidencia como una caricatura pueril de la gran verdad, siendo ambas, a menudo, rivales irreconciliables.
martes, 6 de mayo de 2014
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2 comentarios:
Leyendo a mi profe de Literatura en el BUP desde América. Un saludo Pedro!
Saludos, Quique. Qué lejos y qué cerca...
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