lunes, 14 de abril de 2014

UN ANÓNIMO

Con ese acento intempestivo en que zozobran las respuestas retardadas, hoy me sorprende el comentario a una entrada tan antigua que casi la había olvidado, pues la escribí y la colgué en junio de 2008 bajo el título Borges y el otro. El circunstancial comentarista, con la desmañada pero inequívoca inquina de ciertos mensajes anónimos (eso deduzco de su hilaridad onomatopéyica), viene a reprochar la “floritura y pedantería” de mis argumentos, y a su manera concluye que podría decirlo de otro modo y hubiera quedado “igual de mono”.
En lo primero que he pensado al leerlo ha sido en aquel cuento, compilado por don Juan Manuel, que receta la anécdota del padre y del hijo que se subían o se bajaban del burro según la opinión de las gentes, resultando que no había forma de contentar a todos: en la vida como en la literatura, uno al fin tiene que intentar hacer lo que buenamente quiere o sabe o le dejan. Que todo puede ser dicho de otro modo es una obviedad afortunada; en efecto, es en el decir donde se vierten y advierten los matices que dan cuenta de un estilo propio o impostado, de una voz genuina o del eco torpe de otras voces. Uno escribe como escribe, a veces con regocijo íntimo y otras muy a pesar suyo, a veces para bien y otras paral mal, a ratos recaudando algún piropo o palmadita y otras provocando el bostezo y hasta el desencuentro de quien lee. En cuanto a lo de “floritura y pedantería”, ahí sí que me ha dado: admito que es en la afectación de estilo que ambas palabras denotan y denuncian donde más inseguro me siento cuando escribo, donde a menudo más se empantanan muchas de mis páginas, sobre todo las de ficción narrativa, sobre todo las que todavía no he sabido dar por concluidas y permanecen en el limbo incierto de los inéditos.
Firme defensor de las curas de humildad, de su terapia infalible y necesaria, en tal medida agradezco y canalizo el comentado comentario de este anónimo.

No hay comentarios: