En cuanto a mí, ayer me quedé en la casa con el propósito exclusivo, alentado por el
insomnio de madrugada, de releer el primer capítulo, y solo el primero, de una docena o más de novelas que significaron mucho o que aún significan algo en mi
particular periplo como lector de novelas, sin otro criterio que el placer de
principiarlas al azar, huyendo de cualquier atisbo de perversidad canónica, con
vocación aleatoria, sabiendo que me faltan algunas, sin plan. Así, fueron pasando por mis manos El Quijote, El Lazarillo
y La Regenta, El extranjero, Madame Bovary, La muerte en
Venecia y Crimen y castigo, El túnel, El invierno en Lisboa, Rayuela,
Escuela de mandarines y Juegos de la edad tardía, Memorial
del convento y El año de la muerte de
Ricardo Reis y La caverna, El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada y Cien años de soledad. En todas recaudé algo nuevo, algún mensaje dirigido a mí, un pensamiento o una pirueta emocional que había olvidado o que no supe ver o interpretar las otras veces.
jueves, 24 de abril de 2014
MARATÓN DE PRINCIPIOS
Hubiera
sido un golpe de efecto prohibido a la mala literatura -pero verosímilmente
legitimado por las tozudas leyes de la casualidad- que al patriarca universal
de las letras, Gabriel García Márquez, se le acabaran los días de la vida el
mismísimo día y mes en que dieron la suya, según se certifica con pequeños
matices sin importancia, los inmortales William Shakespeare y Miguel de
Cervantes. No fue así, sino que el colombiano se anticipó lo justo para no
coincidir con la silenciosa noche de fastos procesionales que rige el
calendario cristiano y para alcanzar a la fiesta anual del Libro ya convertido en
cenizas, definitivamente alejado de los oropeles y las multitudes de una celebridad que siempre
contempló con complacida distancia. Gracias por tantas páginas, por tanta luz.
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