jueves, 31 de octubre de 2013

OTTO E MEZZO

Anoche, en la Filmoteca, Ocho y medio de Fellini, aquella cinta de 1963 que yo aún no había visto. Minutos antes, en una cafetería próxima donde hacíamos tiempo, en el lapso de ir al lavabo y volver, endulzado con esa ráfaga de promesa que acompaña al misterio de la inspiración, se me insinúa el argumento irrenunciable de una novela, otra más, sí, porque el cuaderno donde deposito las ideas para esos grandes proyectos novelísticos que no me atrevo a afrontar todavía acumula casi una docena de páginas con sus respectivas anotaciones y títulos. ¿Qué resorte se me activó en ese espacio tan escueto, en esos diez o quince segundos de esplendor absoluto, cómo pudo cortejar mi cerebro una idea así, tan genuina, tan mía, un arrebato inefable que a lo peor solo se queda en eso, en un destello, sin llegar a cuajar en nada perdurable? ¿Adónde van las historias pensadas, intuidas, las que nunca se escribieron ni se escribirán, las que viven y crecen y se amotinan tan solo en la imaginación, y en ella mueren? Momentos después, sin apenas transición, Fellini, el blanco y negro en la gran pantalla, la versión original con subtítulos deleznables, el rostro próximo de Mastroianni y el desfile de musas, el eterno conflicto de la creación artística.

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