lunes, 28 de octubre de 2013
CUALQUIER PIRULA
Entre el acusado y la víctima se interpone el delito, que
en términos jurídicos -no así morales, que cada cual gasta los suyos- ya no le
pertenece a la una ni al otro, ya no incumbe a las partes, sino que deberá
someterse a la interpretación que de las leyes escritas hacen los jueces, esto
es, esos ciudadanos que conocen las leyes escritas y que les ha sido
encomendado aplicarlas a cada caso con rigor, nos guste más o nos guste menos. Cualquier
pirula que, más allá de la sentencia dictada, se las ingenie para contentar las
expectativas de la víctima o para indultar la fechoría del ejecutor es una irregularidad
que habrá de ser denunciada y reparada, acatando sus consecuencias y admitiendo
el error. Otra cosa es que la sociedad en su conjunto, en frío, a través de sus
representantes, decida ablandar o endurecer esas leyes escritas sin renunciar a los
principios fundamentales de un estado que se dice progresista y que presume de democrático. Lo
demás es provocación, chantaje de las emociones o, peor aún, oportunismo
electoral, basura mediática, indignación bananera.
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