Lo conocí en la camaradería corporativa de una cantina de instituto, en el suspiro de ese cuarto de hora de café solo o cortado que inevitablemente sabe a gozne y bisagra, a escindido hábito entre las clases previas y las clases que serán después. Afirmaba él ser un liberal convencido, liberalidad que no me emociona pero que sé tolerar con mi democrática dosis de candor. Luego, indagando afinidades con las que nutrir un diálogo -soy tímido: me horroriza el silencio cuando somos más de uno- y amparándome en la suposición poco a poco corroborada de nuestro común afecto a los libros, deslicé algunos títulos y nombres, lecturas amigas con las que diseñar la travesía compartida y, acaso, por qué no, hitos literarios en que pudiese converger la genealogía sentimental de dos profesores de enseñanza secundaria. Fue así como una mañana lo hice partícipe de mi predilección innegociable por la obra toda de quien juzgué y juzgo el mayor clásico vivo, el Kafka de nuestro tiempo, un ejemplo de talento y compromiso para los que soñamos un destino literario y aún no hemos cumplido los jubilosos sesenta. Entonces, el colega, con el mohín despreciativo y la soberbia hiriente de quien, por saberse impune, no repara en la gratuidad del insulto, me devolvió esta perla: "Saramago es tonto, ya lo dice Savater". Juro que las tres primeras palabras me agredieron como si hubiera mentado a mis ancestros, y no hará falta explicar que desde ese instante se quebró dentro de mí cualquier atisbo de simpatía. Hace varios cursos que no somos camaradas de instituto ni de cantina, pero a veces le he interceptado en prensa algún artículo de esos que se adjetivan incendiarios, cuya tinta, sin embargo, no alienta más mecha que la del resentido sin causa que presenta méritos para medrar en política. Si ya es torpeza aseverar que Saramago es tonto, me he preguntado a menudo en qué disparatada categoría de la mezquindad o de la infamia se sitúa el argumento insólito de que Saramago sea tonto porque lo haya dicho un Savater. Quien ha reescrito con pulso genial la psicobiografía apócrifa de Ricardo Reis podrá ser cualquier cosa, pero no tonto; quien ha intuido y denunciado en metáforas precisas la ceguera de este mundo nuestro y la eterna caverna que habitamos... ¿Para qué seguir? Tengo el convencimiento de que muchos de los liberales convencidos que por ahí pastan nunca han leído, ni sabrían leer, un documento de la magnitud socio-histórica de Levantado del suelo, sin parangón en el reino de la literatura que se escribe con mayúsculas. Lo siento por Savater. |
domingo, 18 de mayo de 2008
UN LIBERAL CONVENCIDO
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6 comentarios:
Tú lo has dicho muy bien, Pedro, "nunca han leído ni sabrían leer" a tamaño rojazo, bueno, ni a él ni a Sara Mago, que es como le llamó la mayor liberal que hay en el reino, desde el trono ministerial de cultura que ocupaba anteayer. Imagino también su absoluta querencia por el insigne Vargas LLosa, a quien seguramente tampoco habrá leído. Afortunadamente, estos personajillos adoradores del laissez faire dentro de la caverna, en su afán por buscar correligionarios, que no colegas o amigos, se suelen delatar con prontitud, de manera que puedes liberarte del liberal de turno. Lástima que sus alumnos no pudieran hacerlo. En fin, un saludo, amigo, ¡y larga vida al maestro!
Tu perspicacia me asombra (aunque, bien mirado, no tanto): en efecto, Vargas Llosa es apellido que surgió varias veces, elogiosamente, en nuestras tímidas conversaciones. Supuse que, además, lo había leído.
Lo cortés no quita lo valiente: Vargas Llosa es, para mí, un narrador de muchos quilates, con talento y tenacidad, lo que le ha procurado la escritura de excelentes novelas (valoré en su día, en especial, "La guerra del fin del mundo", un novelón). Sin embargo, al contrario de García Márquez o del mismo Saramago, pienso que las grandes metáforas no han dado con él, y sí que él ha dado con importantes historias que lo convierten en un gran narrador, pero ahí se queda. Lo demás es política.
¡Larga vida...!
Orfeo, me has quitado de la boca la alusión a Esperanza Aguirre y la opinión de que, en el fondo, Pedro tuvo una suerte inmensa al quitarse tan de golpe y porrazo a un tonto de ese calibre de encima. Estoy muy lejos de ser un experto en Saramago; sólo tengo cuatro libros suyos, pero me los bebí en su día con una pasión y una admiración muy poco habituales. La verdad es que, para mí, Saramago es un poeta.
(Antes he suprimido este mismo comentario porque contenía una falta demasiado garrafal).
Un abrazo.
Perdona, Pedro, por llamar tonto en tu blog a un tipo al que ni siquiera conozco. Me salió del alma, pero no es mi estilo. Además, supone ponerme un poco a su altura. Lo siento.
Tal vez sí lo conozcas...
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