miércoles, 6 de junio de 2018

Ante una desgracia, personal o ajena, plantearse el porqué o el paraqué, siquiera sea de una forma retórica y sin pretender respuesta, conecta directamente al individuo con la idea de Dios, lo sitúa en una dimensión religiosa -supersticiosa-, pues con más o menos consciencia presupone la ejecución calculada de un plan supremo, sanciona los motivos y razones que están más allá del mero azar y de la sarta sucesiva de causas y efectos. Debilidad que expresa nuestro desamparo existencial, nuestro extravío inconsolable en medio de esta motita del universo en la que hemos venido a cobrar vida y a esgrimir inteligencia para, ante una desgracia personal o ajena, plantearnos los porqués y los paraqués.

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