viernes, 31 de marzo de 2017

En el gesto de arrancar y arrugar una hoja del almanaque, cuando acababa el mes o en las primeras horas del siguiente, había una determinación y una conciencia de cambio, de salto entre dos fechas, que hoy adquiere para nosotros el tono amarillo de las imágenes antiguas, su regusto anacrónico. Había en aquel gesto, también, una cierta solemnidad, un desgarro del tiempo vencido frente a la promesa de los treinta o treinta y un dígitos que quedaban por delante, un discreto ejercicio de borrón y cuenta nueva.
Termina marzo y empieza abril, y lo hace sin transición, sin la licencia de los gestos, como si ambos meses fueran emisarios de una loca voracidad sin tregua.

No hay comentarios: