Creé un archivo y, con cierta pompa, lo bauticé "Inventario de ideas para escribir después". Me quedé mirando la pantalla y no se me ocurría nada que mereciese la pena. Lo cerré en blanco, tentado de eliminarlo, de borrar cualquier rastro de infertilidad.
A los pocos minutos, en la ducha, pensé un monólogo de Dios, previo a la Creación, dictándose a sí mismo un proyecto ambicioso con que entretener los próximos milenios, una tregua lúdica antes de recogerse de nuevo en su eterno cotidiano. Ahí queda.
jueves, 16 de marzo de 2017
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