Aunque soy tan sensible como cualquiera, lo cierto es que ni la literatura ni la música me han deparado demasiadas lágrimas. Hablo de ese marasmo que sucede dentro del pecho y que, en escasos segundos, sin que uno lo domine, escala hasta los ojos y los nubla. Disfrute estético e intelectual sí, pero verdadera conmoción física, visible para otros, en muy pocas ocasiones.
Me recuerdo llorando -literalmente llorando- mientras avanzaba por los diálogos entre aquel Cipriano protagonista de La caverna (José Saramago, 2000) y su hija. En cuanto a las canciones y sus letras, más proclives que otras artes (sálvese el cine, sálvese la poesía), hay una que siempre me afectó con especial encono: Qué va a ser de ti, un tema de Joan Manuel Serrat que ya me emocionaba antes de ser padre, pero que después de serlo se ha ido concretando en el nombre y en la imagen de Helena, de mi Helena. Es una punzada de ternura sin límite que se nutre del vértigo de las edades y se contagia de la fuga incesante de la vida que somos, de la nostalgia y la incertidumbre y el vacío en que convergirán al fin todos los pretéritos y todos los futuros.
Esta noche Helena se sube a un avión que ella misma reservó y viaja a Londres, y duerme en Londres, y amanecerá lunes en Londres, junto a una compañera de su primer curso en Bellas Artes.
domingo, 26 de marzo de 2017
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario