El otro día usé la palabra gárgaras y me sonó muy lejana aunque
no del todo ajena, como si se hubiera independizado del acto que
refiere, como si solo sirviera ya para evocarlo. Es una voz extraña que a
mí me habla siempre de otro tiempo.
En mi tierra, cuando uno se ponía pesado, era corriente mandarlo a hacer gárgaras. Yo no hago gárgaras (ignoro si alguien de mi entorno me habrá insinuado que las haga) desde no recuerdo cuándo, pero sé que las hice de pequeño y que era una práctica común para suavizar la irritación de garganta. En mi casa nos poníamos un vasito de vino tinto con mucha azúcar, dosis que alcanzaba para cuatro o cinco lavados. Cada gorgoteo podía durar un minuto, al cabo del cual se expulsaba en el lavabo.
Si se me diese la oportunidad de inventar un archipiélago lo llamaría así, Gárgaras.
domingo, 26 de febrero de 2017
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario