Hay evidencias tan clamorosas que pierden crédito
cuando se verbalizan.
Me llega de refilón la noticia de que varios
periodistas a sueldo de la Radio Televisión Española -entidad de
servicio público gestionada con fondos públicos- han denunciado
supuestos y continuos tratos de favor al informar sobre dos clubes de
fútbol de indudable raigambre y trayectoria en la conciencia
colectiva -léase el Real y el Atlético, ambos de Madrid-, en
detrimento de un tercero quizá menos arraigado en estas latitudes
-el FC Barcelona-, pero que, hoy por hoy, si examinamos el promedio
anual de resultados y la ulterior remesa de títulos, acumula méritos
deportivos tan encomiables como en el caso de los otros, si no más.
El doble rasero en la interpretación de los lances del
juego, la diversa vara de medir cuando se alude a desafíos y
provocaciones, el impudor profesional cuando se relativizan los
éxitos y se exageran los fracasos -o viceversa- de los unos y los
otros, o cuando directamente se ningunean, o cuando se cotejan los
respectivos titulares y cabeceras, o cuando se confunden los pitos
con las flautas: todo eso era una realidad con la que habíamos
aprendido a convivir aquellos aficionados del universo futbolero que
nos fijamos un poco más que otros en los recursos tendenciosos de la
lengua castellana. Así que nada de esto nos sorprende.
Si el mediático atropello lo produjera -como de hecho
lo produce, y con qué encono- alguna de esas cadenas de capital
privado a cuyos redactores, presentadores, locutores y fanáticos de
feria se les ve tan nítido el plumero de sus preferencias, yo me
indignaría cordialmente, o sonreiría como de costumbre, y por la
mañana lo compartiría entre ironías y cinismos con mis iguales en
la causa, en el ratico del almuerzo. Pero es que la denuncia expresa
señala sin titubeo a esa sacrosanta institución patria que es la
Radio Televisión Española, también la tuya, también la mía, la
que tú y yo costeamos con un pellizco de nuestros impuestos.
No se trata solo de un momentáneo fraude de
objetividad en el noble ejercicio del periodismo, sino de una quiebra
ética que ya es tradición, que ya se percibe desde la naturalidad
de la costumbre.
Supuestamente.
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