Un día, el candidato republicano prometió que
si llegaba a la Casa Blanca construiría un muro a lo largo de la frontera con
Méjico –un muro con cargo a los presupuestos del gobierno de Méjico– para que
los latinos pobres del sur dejaran de colarse en el gran país de las
oportunidades y de causarle infinitas molestias. Otro día se le ocurrió que
también cerraría el paso a los musulmanes de todos los países del orbe, pero no
supo aclarar qué haría con los musulmanes que ya viven en Estados Unidos porque
en Estados Unidos nacieron y poseen la nacionalidad. Más tarde se enredó en
polémicos comentarios sobre mujeres que lo tildan de grosero y mujeriego y
machista, y le sacaron algunos trapos sucios, y alguien tuvo que salir en su
defensa. El tipo, por lo demás, carece del menor misterio, y cuando coge un
micrófono se evidencia como un patán sin escrúpulos al que millones de
norteamericanos y norteamericanas estarán dispuestos a beatificar en las urnas.
Para misterios, la señora de Trump.
Para misterios, la señora de Trump.
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