Desde la clase veo llegar un tren, y luego otro, y otro. Por las ventanas abiertas (la temperatura ya corteja los treinta grados) se cuela el estrépito de máquinas sobre los raíles y, conforme se acercan al paso a nivel, hieren el instante con sus continuos pitidos de aviso. Los alumnos trabajan en silencio, ajenos a cualquier trascendencia más allá de su examen, rindiendo las últimas energías del curso que declina.
Casi sin transición, mi fantasía vuela al departamento de un tren en el que viaja un hombre de rostro melancólico. No sé su nombre, pero sí que emigró a la Argentina a mediados de siglo y que en ese país se forjó un porvenir y alentó una familia. Hace sesenta años que no ha vuelto al pueblo del que partió con una maleta desvencijada y pobre. Ayer aterrizó en el aeropuerto de la capital y esta mañana ha tomado un tren moderno, uno de esos que veo venir desde mi mesa mientras vigilo la clase. Cuando el hombre escucha o cree escuchar en el megáfono el mote de su destino, coge su valija de mano y desciende, algo aturdido por este calor húmedo que ya había olvidado. Echa a andar sin mucha convicción, ingresa en la calle principal, camina a tientas mirando a un lado y a otro, tratando de reconocer los lugares del pasado. Pero nada es igual, cómo ha cambiado todo, no hay ni un remoto resquicio que restituya la memoria de sí mismo en este paisaje de casas bajas y de automóviles que circulan. Alguna vecina pasa junto a él sin mirarlo, o bien acecha al extraño desde la puerta de una casa. Su frustración no halla límites, por momentos empieza a sentir que no debería haber regresado, que todo ha sido un error. Entra en un establecimiento y pregunta: no, le advierten, el pueblo que usted dice está más abajo, tres paradas después de esta. El hombre respira con alivio y vuelve sus pasos buscando de nuevo el apeadero.
Es un cuento que leí hace años, una historia de pocas páginas que ha vegetado en mi interior y que solo hoy, ahora, recobra para mí su legitimidad y su sentido. He extraviado lamentablemente el título original, el nombre de su autor.
jueves, 5 de junio de 2014
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2 comentarios:
Qué bien escribes, pijo!!
...Requetebién!!!
A mí me tiene "enganchada"
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