domingo, 28 de junio de 2015
Al final de una cena corporativa se acerca y me dice que leyó mi libro y que en las últimas fechas, por motivaciones parentales, ha pensado a menudo en "Esa hora incierta". Imprecisa, la corrijo: se titula "Esa hora imprecisa". Es uno de mis relatos más emotivos, de los que más me arañan si lo releo, de los que más aprecio; y sin embargo nadie me lo había ponderado hasta ahora. El insólito halago dulcifica mi expresión y ensaya su atolondrado alarde de modestia cuando le replico que se trata en realidad de un argumento sin historia, o de una historia sin argumento, y que en esas páginas no pasa nada que vaya más allá de una ociosa tarde de domingo y del atisbo triste de una llamada que me aguarda -aún me aguarda, y hace más de tres lustros que la escribí- para anunciarme en la distancia la muerte de la madre, la muerte del padre. De pronto, un colega común nos interrumpe y todo lo dicho se disuelve en el vago azar de las pequeñas empatías.
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