martes, 30 de junio de 2015
El calendario tiene aristas, bordes afilados, fechas fijas que guillotinan la materia intangible del tiempo y abonan la ilusión cíclica de la novedad, del cambio. Así, para quienes durante buena parte de la vida fuimos alumnos y luego hemos seguido ejerciendo de profesores, el tránsito del 30 de junio al primero de julio suele significar un corte drástico que se prolonga a modo de paréntesis benéfico justo hasta el 31 de agosto, que es cuando nos sobreviene el otro corte, tan parecido y tan distinto, ese que pone fin a la mejor excusa que uno conoce para no claudicar frente al torbellino de despropósitos que ya se anuncian para septiembre.
lunes, 29 de junio de 2015
Doy vueltas alrededor de unas palabras que pronunció delante de la cámara un octogenario Ramón Gaya, o tal vez ya nonagenario. Afirmó que los cuadros que pintaba le seguían pareciendo como una preparación, un esbozo de lo que serían después, un logro no de hoy sino de mañana. No estoy muy seguro de lo que pasaba por su cabeza al decirlo, pero a mí esas palabras se me hacen próximas, segregan la pista del equilibrio que busco, me contagian una confianza creativa difícil de tasar.
domingo, 28 de junio de 2015
Al final de una cena corporativa se acerca y me dice que leyó mi libro y que en las últimas fechas, por motivaciones parentales, ha pensado a menudo en "Esa hora incierta". Imprecisa, la corrijo: se titula "Esa hora imprecisa". Es uno de mis relatos más emotivos, de los que más me arañan si lo releo, de los que más aprecio; y sin embargo nadie me lo había ponderado hasta ahora. El insólito halago dulcifica mi expresión y ensaya su atolondrado alarde de modestia cuando le replico que se trata en realidad de un argumento sin historia, o de una historia sin argumento, y que en esas páginas no pasa nada que vaya más allá de una ociosa tarde de domingo y del atisbo triste de una llamada que me aguarda -aún me aguarda, y hace más de tres lustros que la escribí- para anunciarme en la distancia la muerte de la madre, la muerte del padre. De pronto, un colega común nos interrumpe y todo lo dicho se disuelve en el vago azar de las pequeñas empatías.
jueves, 25 de junio de 2015
Sacar la basura es trabajo de hombres. Me lo dijo hace años, en otro edificio y casi en otra vida, un jubilado con el que cierto atardecer coincidí en el ascensor, cargando cada cual con su respectiva bolsa de desechos. A los pocos meses aquel vecino enfermó, y en menos de dos años había fallecido. Después yo mismo he repetido alguna vez que sacar la basura es trabajo de hombres, siempre en circunstancias similares, siempre para no claudicar ante las incomodidades del silencio, siempre con el mismo resignado gesto de complicidad en el vecino de turno. Y esa simple frase, siempre, me trae el recuerdo de aquel hombre que una tarde remota coincidió conmigo en el hueco de un ascensor, en otro edificio, en otra vida.
miércoles, 24 de junio de 2015
Por deferencia del autor, Gonzalo Ballester, la otra tarde acudí a una especie de sesión privada para conocer el documental que ha preparado o que aún prepara sobre Ramón Gaya. Cincuenta y tres minutos en que sonido, palabra e imagen manaron sin esfuerzo hacia la mirada limpia y lúcida de aquel hombre y aquel artista tan indisolublemente unidos en su destino, de aquel pintor que supo mantenerse al margen, siempre extemporáneo y crítico, y que nunca dejó de sorprenderse de cuanto veía. Cuesta imaginar en el mundo de hoy, entre quienes usan pinceles y cuelgan cuadros en galerías, museos y otros espacios de arte, en ese batiburrillo de comisarios y mercaderes y mirones, una actitud más radicalmente honesta y genuina que la que nos desvela Gaya. Justo lo que, en buena hora, viene a vindicar la cinta de Gonzalo. Chapeau!
martes, 23 de junio de 2015
Releyendo a saltos los primeros años de los diarios de Kafka, me detiene una línea: "¿Con qué voy a perdonarme que hoy no haya escrito nada todavía? Con nada". Y otra: "Uno piensa que se describe correctamente, pero solo hay una aproximación y el diario la corrige". Y también: "En épocas de transición, como lo ha sido la última semana y lo sigue siendo este momento, se apodera de mí un asombro triste pero sosegado por mi insensibilidad. Estoy separado de todas las cosas por un espacio vacío, a cuyos confines ni siquiera intento acercarme".
Nada más grato a la voluntad mancillada y a la inquietud insatisfecha del artista, nada más consolador que reconocerse y refugiarse en las incertidumbres íntimas y en los cotidianos padeceres del genio ya glorificado.
Nada más grato a la voluntad mancillada y a la inquietud insatisfecha del artista, nada más consolador que reconocerse y refugiarse en las incertidumbres íntimas y en los cotidianos padeceres del genio ya glorificado.
lunes, 22 de junio de 2015
Pero no, o probablemente no, o con toda seguridad no. Un alma caritativa me informa de que en Mountain View tiene su sede el buscador de Google, o uno de sus buscadores de blogs, qué sé yo; y, con una serie de ramificaciones argumentales que a mí me aturden ya en su primer estadio, me informa de que es muy posible que mi lector idílico no exista, que en efecto no tenga sexo ni color ni edad ni nada, que se traduzca simplemente en el rebote automático de una búsqueda robotizada en la entraña inaprehensible de la moderna tecnología.
Sin embargo, hay un resquicio, un aliento casi poético que no aniquila del todo mi reflexión de esta mañana.
Sin embargo, hay un resquicio, un aliento casi poético que no aniquila del todo mi reflexión de esta mañana.
Llevo el cursor al lateral de la pantalla, bajo poco a poco la página y ahí está Mountain View, California.
Mountain View: el nombre de un lugar que no conozco, que se me antoja remoto, que apenas podría señalar en un mapa, que ni siquiera sé pronunciar. Su grafía evoca en mí una mezcla exótica que confunde paisajes de western americano e inteminables carreteras sin una sola curva, diseñadas sobre planicies de tierra seca donde temporalmente arrasa un tornado o se precipita un huracán. Desde allí, alguien a quien no pongo rostro ni sexo ni edad ni color sigue el serpenteo de estas notas con esa especie de prudente lealtad, casi diaria, a la que uno nunca acaba de acostumbrarse.
Cuando escribimos y publicamos nos vence la oscura fe de que algún desconocido, por insospechado azar, dará con la botella y leerá el mensaje. Si el azar se convierte en hábito, si uno siente que ese preciso lector anhela la llegada de nuevos mensajes, entonces el encuentro cobra una dimensión idílica.
Mountain View: el nombre de un lugar que no conozco, que se me antoja remoto, que apenas podría señalar en un mapa, que ni siquiera sé pronunciar. Su grafía evoca en mí una mezcla exótica que confunde paisajes de western americano e inteminables carreteras sin una sola curva, diseñadas sobre planicies de tierra seca donde temporalmente arrasa un tornado o se precipita un huracán. Desde allí, alguien a quien no pongo rostro ni sexo ni edad ni color sigue el serpenteo de estas notas con esa especie de prudente lealtad, casi diaria, a la que uno nunca acaba de acostumbrarse.
Cuando escribimos y publicamos nos vence la oscura fe de que algún desconocido, por insospechado azar, dará con la botella y leerá el mensaje. Si el azar se convierte en hábito, si uno siente que ese preciso lector anhela la llegada de nuevos mensajes, entonces el encuentro cobra una dimensión idílica.
domingo, 21 de junio de 2015
El verano de los astros se adelanta entre sudores. De pie en la acera, un grupo de jóvenes airea la última conversación estridente antes de disolverse y matar la juerga. Una chica se aparta, se recoge el vuelo del vestido, se baja las bragas y se agacha un minuto, entre dos coches aparcados en batería. Son las cuatro y media, las cinco de una madrugada cálida, con más tráfico de lo normal. Pensamientos insomnes detrás de la ventana. El domingo se presume largo.
viernes, 19 de junio de 2015
El alivio de acabar, de cerrar de un portazo definitivo los hábitos adquiridos. La vigorosa sensación de sobrevivir a un nuevo curso que ya agoniza a nuestra espalda, emparedado entre dos fechas que sabemos irrepetibles. El placer epilogal de rubricar informes y entregarlos en mano y destruir carpetas enteras de papeles vencidos. Todavía sin ánimo de transición, sin la esperanza de un después, sin nada que se inmiscuya en el simple gusto de terminar.
¿Cuántos finales tendrán que anudarse aún, antes de alcanzar al último?
¿Cuántos finales tendrán que anudarse aún, antes de alcanzar al último?
miércoles, 17 de junio de 2015
Para ganarle horas al avance de la barba, mi padre siempre se afeita por la mañana temprano, con una navaja que adquirió en Ceuta hace más de medio siglo.
Afeitándome esta mañana se me ha ocurrido que delante del espejo los hombres tendemos a quitarnos aquello que nos oculta la cara, mientras que las mujeres más bien tienden a ponerse algo, a enmascararse con afeites. De pronto comprendo que la vieja alcahueta Celestina solo podía ser una vendedora de ungüentos a domicilio, que no podía ser otra su ocupación. Y al pasar la cuchilla por debajo del labio me viene una idea para un guion de cine o para una novela, una de esas ideas que uno arroja al fondo del cajón y que seguramente nunca tendrá el tiempo o la voluntad de afrontar.
Las intuiciones literarias, los chispazos de la imginación, suelen asaltarme generalmente cuando leo, cuando conduzco solo y cuando me afeito la barba.
Afeitándome esta mañana se me ha ocurrido que delante del espejo los hombres tendemos a quitarnos aquello que nos oculta la cara, mientras que las mujeres más bien tienden a ponerse algo, a enmascararse con afeites. De pronto comprendo que la vieja alcahueta Celestina solo podía ser una vendedora de ungüentos a domicilio, que no podía ser otra su ocupación. Y al pasar la cuchilla por debajo del labio me viene una idea para un guion de cine o para una novela, una de esas ideas que uno arroja al fondo del cajón y que seguramente nunca tendrá el tiempo o la voluntad de afrontar.
Las intuiciones literarias, los chispazos de la imginación, suelen asaltarme generalmente cuando leo, cuando conduzco solo y cuando me afeito la barba.
martes, 16 de junio de 2015
Tres jornadas completas dedicado casi en exclusiva a la revisión y puntuación (corregir, entiendo, es otra cosa) de un centenar y medio de exámenes de Selectividad, esa prueba de acceso que todavía convocan las universidades públicas. Sorprende, en unos casos, el apabullante volumen de saberes que, saturados de prolijas informaciones específicas, puede albergar en su cabecita un muchacho o una muchacha de diecisiete o dieciocho años; en otros, la absoluta inmadurez para juntar unas pocas palabras con un mínimo de coherencia, si no el desprecio natural que a menudo se muestra por el orden y la limpieza de un escrito, por la elementalidad de la norma y la caligrafía, por lo bien hecho. El capítulo de barbaridades y dislates es aún materia reservada.
domingo, 14 de junio de 2015
Con motivo de la constitución de los nuevos ayuntamientos (por cierto que más de un alcaldable, como ahora se dice, debería consultar el derrotero etimológico de la palabra "ayuntamiento"), me acuerdo de un par de anécdotas que a veces refiere mi padre. La primera la protagoniza un edil local de los tiempos de Franco que adquirió un automóvil grande, un mercedes, con la idea de aparcarlo en el propio ayuntamiento; cualquier vecino le sugirió que por esa puerta no entraba, y él, jocoso, le replicó que habiendo salido de ahí, como en efecto había salido, tampoco tendría problema para volver a entrar. La segunda toma la figura de un alguacil al que unos forasteros le preguntaron por la casa consistorial del pueblo. ¿La casa consistorial...? -se extrañó, rascándose la cabeza como si tuviera que resolver un enigma con un golpe de inteligencia-. Ah sí, claro que hubo una casa consistorial hace muchos años, pero me creo que se cerró al morir su dueño; ahora me suena que los hijos no quisieron mantenerla y la vendieron.
sábado, 13 de junio de 2015
El presidente del Real Madrid Club de Fútbol sabe de buena fuente que el que preside es el más adinerado de los clubes de fútbol y el que acumula en sus vitrinas los trofeos más valiosos, datos objetivos que nadie rebate pero que él se empeña en recordar y se regocija en repetir, tanto en las duras como en las maduras. Sus arengas ante la masa de socios asamblearios suelen adoptar un marcado tono confesional, ecuménico, evangelizador, como una especie de arzobispo que entornara sus ojos beatíficos en un sereno alarde de bendición o de perdón, mas siempre conciliatorio. Hace poco, al consabido título de mejor club del mundo y acaso del universo, el siniestro Florentino Pérez añadió un destino que me dejó pensativo y con un resto de melancolía: dijo que el Real Madrid y sus millones de seguidores son, por naturaleza, insaciables. Insaciables... Qué pena, ¿no?
viernes, 12 de junio de 2015
Cada junio desde hace no sé cuántos, mi madre me informa por teléfono de que han recibido una carta de Gijón a mi nombre. Yo, casi resignado a su inquietud, le digo que no se preocupe, que no es nada, que serán seguramente las bases del mismo concurso de todos los años, cuyos organizadores tienen a bien enviármelas con asombrosa fidelidad postal. En efecto, ayer las recogí en mano: un modesto certamen de poesía erótica al que no recuerdo haberme presentado, pero por el que tal vez me interesé cuando me interesaban los certámenes. Tanto en la lectura como en la escritura, no me resulta difícil acotar el erotismo narrativo, sea en una novela o en un relato; pero nunca he entendido bien la frontera lírica entre el género erótico y el que no lo es, salvo que nos aventuremos hacia esos dominios escabrosos que suelen afear la nobleza inherente a la alta poesía. Abro el sobre, toco las bases y de un vistazo me vencen los signos de la casualidad: la de este año es la más proclive de las ediciones habidas, la número XXX.
jueves, 11 de junio de 2015
Emulando el comienzo de La colmena -acaso lo mejor de Camilo José Cela-, una vez le comenté a una compañera de departamento -una compañera eficiente que ya entonces acumulaba muchos trienios y muchos sexenios en el noble oficio de enseñar la lengua y la literatura a las nuevas generaciones- que el reto principal al que antes o después hemos de hacer frente los profesores, los docentes, es la pérdida de perspectiva, olvidando lo esencial, esto es, a qué hemos venido y para qué se nos necesita aquí; y de dónde venimos. Claro, claro -repuso ella con una convicción sobrada, ligera, sospechosa-: por eso yo nunca la he perdido.
martes, 9 de junio de 2015
Llevo algún tiempo mareando la idea de abandonar a su suerte los escritos póstumos de Martínez de Paco. Si no soy capaz de avanzar en los propios y asumirlos con dignidad, si no conozco los resortes necesarios para procurarme a mí mismo una salida ulterior, la que sea, en el mero plano editorial, cómo hacer para organizar los trabajos ajenos y ofrecerlos después a la arbitrariedad de un mercado cada día más esquivo y más injusto con el espíritu de la creación. Supongo que al fin, por el bien de Jorge y de sus lectores potenciales, vencerá su palabra tenaz y mi dudosa perseverancia. La de albacea, sobre todo cuando media la amistad, es una labor eternamente hipotecada.
lunes, 8 de junio de 2015
Todo alimenta, todo puede encender siquiera por un segundo la llama del espíritu, de los sentidos, de la memoria. Solo hay que buscar bien en la despensa y empezar a sacar hasta lo que parecía caducado. Todo es útil cuando encuentra su hora.
En una misma página de la agenda de 2014, que acabo de hojear sin propósito, me sorprenden un par de anotaciones entre comillas, bien documentadas. Su destino parecía olvidado, cerrado para siempre, pero una inquietud inopinada las ha rescatado y aquí están. La primera, de la versión del Decamerón de Pasolini: "¿Por qué realizar una obra cuando es mucho más cómodo soñarla simplemente?"; la segunda, una simpática recurrencia de la película El exótico Hotel Marigold: "Al final todo saldrá bien, y si no sale bien es que aún no era el final".
En una misma página de la agenda de 2014, que acabo de hojear sin propósito, me sorprenden un par de anotaciones entre comillas, bien documentadas. Su destino parecía olvidado, cerrado para siempre, pero una inquietud inopinada las ha rescatado y aquí están. La primera, de la versión del Decamerón de Pasolini: "¿Por qué realizar una obra cuando es mucho más cómodo soñarla simplemente?"; la segunda, una simpática recurrencia de la película El exótico Hotel Marigold: "Al final todo saldrá bien, y si no sale bien es que aún no era el final".
domingo, 7 de junio de 2015
Insomnio plácido. Acuden sensaciones muy vivas de mis primeros años, cuando el cuerpo todo se entregaba a la expectación del nuevo día mientras notaba cómo crecía el trasiego inaugural de mis padres en la cocina de la casa aquella, en aquel saludo unánime de pájaros y azules tras los postigos. ¿Cómo será el amanecer de un niño en un barrio pobre de Tokio o en un cuchitril céntrico de la ciudad de Nueva Delhi, cómo será abrir los ojos en un campamento saharaui, en un poblado del extrarradio de Madrid o de Lisboa, en lo más alto de una favela de Río?
viernes, 5 de junio de 2015
Lo primero que hago es poner la fecha en la pizarra y esperar a que ellos la escriban en su cuaderno; mientras, paso lista. Así durante todo un curso, al comienzo de cada clase, con cada grupo de alumnos. Se trata de construir un orden, de institucionalizar un hábito, de higienizar la atención a través de la medida del tiempo. Somos tiempo, o nos hemos convencido de serlo. A veces me gustaría existir como esos robinsones de barrio que no saben el día ni la hora en que viven.
jueves, 4 de junio de 2015
Valoramos y magnificamos las que presumimos trascendentes, pero apenas nos inquietan las pequeñas decisiones del día a día, esas que despacha la intuición sin someterse a otros filtros. Bajar la basura ahora o hacerlo mañana, tomar el café aquí o en el bar de la otra acera, telefonear a un amigo o prorrogar el silencio hasta que tal vez sea demasiado tarde, marcar el 19 o no marcarlo en el boleto de la suerte... El hamletiano ser o no ser se dirime a menudo en la sucesión encadenada de los hábitos triviales, y no en las altas empresas que retan nuestra incertidumbre y explotan los guiones de cine y los desenlaces novelescos.
A principios de año me dejé tentar por un clásico largamente aplazado: Cándido, de Voltaire. Había ignorado hasta entonces que su título completo es Cándido o el optimismo, de donde se infiere que el hombre y la mujer optimistas llevan en su esencia etimológica cierta dosis de candidez, si no toda. En mi ejemplar señalé algunos fragmentos:
"[...] los que han dicho que todo va bien han dicho una necedad: hubieran debido decir que todo va del mejor modo posible";
"[...] ¿cómo [en Eldorado] no tenéis frailes y clérigos que enseñen, que discutan, que gobiernen, que intriguen y que hagan quemar a la gente que no comparte su opinión?";
"Pangloss tomó la palabra y dijo: Maestro, venimos a rogaros que nos digáis por qué existe un animal tan extraño como el hombre. ¿Y tú -preguntó el derviche- por qué te mezclas en eso, acaso es asunto tuyo?";
"¿Qué es el optimismo?, preguntó Cacambo. ¡Ay! -dijo Cándido-, es la manía de sostener que todo va bien cuando todo va mal".
Releído esto, hago memoria: solo conozco a una Cándida y a un Cándido, pero sé de unos cuantos cándidos y cándidas que se asoman a los medios y ocupan puestos de relevancia.
"[...] los que han dicho que todo va bien han dicho una necedad: hubieran debido decir que todo va del mejor modo posible";
"[...] ¿cómo [en Eldorado] no tenéis frailes y clérigos que enseñen, que discutan, que gobiernen, que intriguen y que hagan quemar a la gente que no comparte su opinión?";
"Pangloss tomó la palabra y dijo: Maestro, venimos a rogaros que nos digáis por qué existe un animal tan extraño como el hombre. ¿Y tú -preguntó el derviche- por qué te mezclas en eso, acaso es asunto tuyo?";
"¿Qué es el optimismo?, preguntó Cacambo. ¡Ay! -dijo Cándido-, es la manía de sostener que todo va bien cuando todo va mal".
Releído esto, hago memoria: solo conozco a una Cándida y a un Cándido, pero sé de unos cuantos cándidos y cándidas que se asoman a los medios y ocupan puestos de relevancia.
miércoles, 3 de junio de 2015
Se acordó y aquí está. El libro se titula Las mentiras del 11-M y se subtitula 192 falsedades sobre la mayor masacre terrorista que ha sufrido España. Lo firma Luis del Pino, periodista, cuanto menos, de un perfil tendencioso si juzgamos la solapa de méritos: colaborador de la Cadena Cope, Libertad Digital y El Mundo, aparte de contertulio en sendos programas radiofónicos dirigidos por Federico Jiménez Losantos (me suena) y por César Vidal (también). Lo hojeo, por qué no, no sin antes ponerme unos guantes.
martes, 2 de junio de 2015
Pasada la medianoche, acudí adonde mi hija me había citado para recogerla. Centenares de jóvenes campaban en la amplitud de esa zona de la periferia, en grupúsculos que semejaban tribus danzantes alrededor de una bolsa con botellas y cubitos de hielo. Los altos tacones de las adolescentes llamaron mi atención. Muy cerca parpadeaban los neones de lo que hoy denominan locales de ocio, y en la otra parte dormitaba, vacío, el vasto aparcamiento de una superficie comercial. Cuando Helena subió al coche me embargó una inmensa distancia, como si de pronto claudicara del espectáculo de esa juventud temeraria en cuyas filas yo también milité, y en la que no hace tanto me zambullía con nostalgia. No, no querría volver para empezar de nuevo, para tener que transigir con las imposiciones y los trámites de una edad que solo es hermosa en el recuerdo. Sentí, sobre todo, una ilimitada pereza.
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