Hace quince días fui a ver En la casa (2012, Francia) y la semana pasada El profesor (2011, EEUU), dos películas recientes que, desde
ángulos distintos -la primera, más amable, explora la complicidad entre maestro
y discípulo circulando por la vertiginosa línea en que se confunden la realidad
y la ficción; la segunda, más cruda, más comprometida con las causas perdidas, es
un ejercicio radical que abre puertas a la reflexión y al debate-, restauran el
eterno problema de la enseñanza secundaria en el día a día de los institutos.
Después, anteanoche, la pantalla de la tele ofreció el reportaje de
Jordi Évole comparando dos modelos educativos que los informes anuales sobre
éxito y fracaso (éxito y fracaso no entendidos tan solo como índices de puntuación
académica, claro) sitúan aproximadamente en las antípodas: el español, en absoluto modélico,
y el finlandés, que se postula como ejemplo a seguir según barómetros
internacionales.
Y hoy, ahora, hace menos de un rato, el impúdico ministro que
gestiona la Educación y la Cultura alcanza la feliz ocurrencia de recomendar a
los jóvenes y a sus familias, imprudentemente, sin ningún empacho, fiel a sus notorias convicciones, que
no es momento de que los españoles estudien por vocación, sino que deben someter su voluntad
a las salidas laborales, esto es, al mercado, a la economía.
Frente a este panorama, el sueño de Finlandia se desvanece, es
un burdo espejismo, una utopía tan bella y tan lejana como todas las demás, pero intraducible al
idioma de Cervantes, y lo que es peor, inconcebible para los miserables de espíritu que dicen gobernarnos. Entre esa ilusión
legítima que alentaba el reportaje televisivo y el escepticismo objetivo que subyace en el filme de Tony Kaye, El profesor, nos damos de bruces contra ese molino simbólico: la palabra envenenada de un tal Wert.
Al fin, en este programático desahucio al que se están viendo sometidas la educación y la cultura, los
profesores no somos más que los últimos quijotes de la historia, esos hombres y esas mujeres que un día
regresaremos a la aldea para, inevitablemente, saborear nuestra derrota.
martes, 5 de febrero de 2013
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