Si uno repara en la real dimensión de nuestra existencia humanoide -y sólo nosotros, humanoides, estamos cualificados para reparar en el desfase entre nuestra motita de vida y el abismo de universos y galaxias-, cualquier empeño se nos ha de antojar desorbitado -o, para mejor decirlo: inútil-, una quimera demasiado costosa como para, encima, pretender perseverar en ella con esa tenacidad tan nuestra, tan prestigiada entre nosotros. Ahora entiendo mejor al Oscar Wilde que, en sus últimos años, apostolaba desde aquel ideal suyo de no hacer absolutamente nada, lo que por otro lado es la cosa más difícil de este mundo, y también, por lo mismo, la más intelectual de todas. Y me acuerdo del consejo de algún heterónimo de Fernando Pessoa: "Siéntate al sol. Abdica y sé rey de ti mismo". |
lunes, 2 de noviembre de 2009
ABSOLUTAMENTE
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4 comentarios:
"No semos naide", han dicho siempre los viejos de mi pueblo al saber de la muerte o de la enfermedad de alguien. Y eso sin tener más conciencia del universo que la del sol, la luna y las estrellas que asoman al oscurecer. Que digo yo, que soy muy corto para eso del universo, que eso es tan poco como coger muchas veces a lo largo de la vida un libro y no leer jamás más allá del título. No somos nadie. Y si nos empeñamos en ser alguien, como mucho llegaremos a ser un don nadie.
Pero visto de otro modo, si no somos nada, si da lo mismo lo que hagamos que lo que dejemos de hacer, por qué abdicar de todo. Ya habrá tiempo, todo el del mundo, para no hacer absolutamente nada. Así que ni se te ocurra imitar a Óscar Wilde. La vara de medir el universo la tienen los astrónomos: que le tomen medidas. Seguro que tú prefieres medir versos y, de vez en cuando, sólo cuando sea necesario, tus palabras.
Salud y fuerza.
Sí, pero no es tan sencillo. Resulta tentador, pero también la pretensión de dejar una muestra de talento cuando uno considera que lo tiene en algún grado. Y si todo es vanidad, lo cierto es que la nuestra nos mueve a ser lo que somos, más allá de lo inmediato. Porque cuando las cosas se ponen feas -o sencillamente nos vence la apatía- se dejan de lado algunos proyectos que hasta entonces habían consumido gran parte de nuestras energías y que de pronto se nos muestran fútiles, tratando de atender lo más preciado en precario. Pero a medida que se nos pasa el susto nos vamos envalentonando, para volver a lo mismo de antes: a nuestras irrenunciables obsesiones, a las que no podemos traicionar por mucho tiempo. Antes y peor nos traicionan ellas a nosotros, ocultándosenos por temporadas y por causas no siempre reconocidas; como dice Proust “cada cual tiene su propia manera de ser traicionado, como la tiene de acatarrarse”, lo cual se asume asimismo inevitable. Efectivamente es curioso advertir, con la mirada de un Bernardo Soares que contemplara la lluvia sobre la Baixa desde su ventana, cómo después de tanto correr por no perder ripio, cuando parecía que nos iba la vida en ello, de pronto interrumpidos por causa de fuerza mayor esa necesidad se esfuma, y detenidos al fin observamos las prisas ajenas con un íntimo gozo al comprobar con sorpresa grata lo poco que nos importa sabernos al margen. Porque claro, erramos estrepitosamente en la predicción de ese futuro que imaginamos tan torpemente en base a las actuales circunstancias, y cito de nuevo a Proust, del que llevo un atracón últimamente: “Nos representamos el futuro como un reflejo del presente proyectado en un espacio vacío, cuando es el resultado, a veces muy inmediato, de causas que en su mayor parte ignoramos”. En todo caso esta ataraxia transitoria será sólo una tregua, pues las nuevas oportunidades predisponen a nuevas inquietudes, pero entre estas y otras cosas van pasando los días, y sólo de vez en cuando me asalta la duda de adónde nos conducen. Estos últimos me dejo llevar con cierta indiferencia, porque creo saber que el escenario al que venga a parar no ha de ser forzosamente mejor o peor que éste, sino sencillamente diferente, y a veces eso es bastante para ir tirando.
Lo de no hacer nada era infinitamente más difícil en la época de Wilde. Hoy en día, con la nada plagada de mandos a distancia, eso es algo al alcance de cualquiera. Por eso estoy con Pessoa: para abdicar y ser rey de uno mismo, es condición indispensable la de sentarse al sol y evitar el sofá. De lo contrario, en lugar de abdicar, corremos el peligro de claudicar.
Me encanta ese poema.
Es mi favorito.
¡Un abrazo!
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