Por supuesto, no creo en los premios, o, para mejor decirlo, no creo que los premios literarios, per se, añadan nada significativo al talento de un escritor o al valor intrínseco de lo que haya escrito o pudiera escribir en el más generoso de los porvenires. Sin embargo, allá en aquel antaño donde se insinuó la gloria o su espectro, yo también fotocopié morosamente mis primeros esbozos y también yo los metí en un sobre ingenuo bajo plica, y aguardé, sí, con la especie de paciencia que sólo el concursero conoce, a que los jurados ilustres propagaran su veredicto en forma de bendición o de condena. Recuerdo un remoto noviembre en que el título de mi relato -La sonrisa del ahorcado- y el lema que acuñé para significar mi temprana veneración por Borges -Abenjacán el Bojarí- emergieron en el rincón del diario que anunciaba los finalistas del Certamen Jara Carrillo, de Alcantarilla (Murcia): juro que mis huesos dieron un bote, ahora no sé si por vanidad o por orgullo, y que no dormí bien durante los días que duró la espera. Junto a mi amigo Andrés, lego en literaturas y en solemnidades de tal estirpe pero conductor del coche que me traía y me llevaba, me personé la tarde del evento para asistir incrédulo a la consagración de mi arte. Mi relato acabó segundo y yo con un cheque de 25.000 pesetas; algún enviado de la prensa me entrevistó acerca de mi cuento-monólogo; y, lo más grande, el presidente del jurado –D. José Luis Castillo Puche, hoy fallecido- se vino hacia mí como si no hubiera otro vencedor en la sala y alabó la bonanza coloquial de mi estilo y me lo comparó con la maestría de Juan Rulfo desde esa vehemencia cansina que a veces gastan los artistas maduros. Mientras mi amigo Andrés decía sí y sí con la cabeza, yo naufragué en una parálisis de monosílabos abrumados.
Esto sucedió en 1988. Sólo tres años después alcancé el honor del primer premio y toqué muy cerquita, con la mano, el segundo. Pero el sabor de aquel instante ya no era de triunfo satisfecho, sino la escenificación de un tedio precocísimo -enfermedad de la que todavía no me he curado-, quizá consciente de que el más generoso de los porvenires literarios no se puede construir en la región de los premios. (Ni acaso fuera de ella, o tal vez sí; pero ésta es otra modalidad del tedio aquel que...).
viernes, 13 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Y luego dicen que veinte años no son nada. A propósito de los premios, Fernando Iwasaki ha publicado hace poco un libro de cuentos con título vallejiano: "España, aparta de mí estos premios". No lo he leído aún, pero si es tan divertido como sus libros anteriores, promete mucho. Creo que encierra una burlesca sátira de determinados concursos con tema concreto, de los que son convocados por muchos ayuntamientos y organizaciones.
me encantaa!
Hola Pedro,he descubierto tu blog por casualidad.Estoy de acuerdo contigo en que el sentimiento que produce el éxito se esfuma a la velocidad de la luz. Además estamos en un pais donde el modelo de triunfador lo tenemos que Como decia un buen amigo:"Mis padres me han dejado como herencia una montaña de piedras, y el coraje y la dignidad para mantenerla".
Un saludo y nos vemos en el aquelarre diario.
Publicar un comentario