En el intervalo de un minuto, dos amigos -Él, Ella- me regalan el relato de sendas viñetas cuya anécdota respectiva, basada en hechos reales, pronto se resuelve en la inopinada convergencia de su destino unívoco, haz y envés de la página que a diario se escribe en el mundo, cara y cruz de la moneda que ya están heredando nuestros hijos. Las transcribo a mi modo, mas sin ahorrar ese efecto de complementariedad inevitable que en ambas percibí y ahora concibo: (Él).- Teléfono que suena sin ningún vaticinio. Quien descuelga e indaga se reconoce dueño de un coche que pudiera ser gris. La voz neutra del agente le explica que el suyo rozó ayer otro coche que pudiera ser claro, así les consta. Quien tomó el teléfono no sabe de qué le hablan, no es consciente de haber rozado a nadie ni recuerda haber estacionado en la calle que le indican. Tras breve forcejeo verbal, el dueño del coche que pudiera ser gris concede sin embargo que todo es posible, y pasa una mala noche. Al otro día, más para olvidar el incidente que por contribuir a su verdad objetiva, admite que sí, que tal vez estacionó allí donde le dicen, que quizá se descuidó en una maniobra absurda y dañó con el suyo ese coche que pudiera ser claro. Sugiere, incluso, que por favor contacten con su aseguradora y resuelvan el trámite, pese a saber que ello le acarreará la pérdida de algún punto de su carnet y, con toda probabilidad, una subida en la tarifa que habrá de renovar el próximo otoño. Pero esta noche él y el mundo van a dormir más tranquilos, y eso le basta. (Ella).- Un coche oscuro con un padre y un hijo encuentra al fin la ansiada plaza de aparcamiento. El espacio entre los otros, uno claro y otro gris, es muy justito, pero suficiente. La maniobra es torpe: primero recula con un giro excesivo a la derecha y luego trata de corregir con otro tan suave que sin remedio toca en el lateral del coche claro. Consumada la hazaña, el del coche oscuro pone el pie en el asfalto y ausculta con disimulo mal fingido la gravedad del incidente: le ha levantado veinte centímetros de pintura. El suyo, en cambio, permanece milagrosamente indemne, apenas contagiado de la pintura clara que saltó del otro. El hombre mira alrededor, se cerciora de la posesión del secreto, le hace a su hijo un gesto equívoco y, cuando ya parece que huirá de la escena, se le ilumina el rostro, busca un papelito y garabatea que lo siente mucho, que el estropicio es suyo, y añade a modo de firma la matrícula íntegra del coche gris, testigo silencioso del suceso. Padre e hijo se sonríen, cómplices, satisfechos. El mundo no dormirá mejor esta noche. |
martes, 3 de junio de 2008
DOS VIÑETAS
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3 comentarios:
Qué bien has dibujado estas viñetas y cómo me identifico con ese amigo tuyo del coche gris. Me pasaré a releerlas cuando regrese de viaje. Un abrazo.
(Y qué gran capacidad de síntesis, que gran facilidad para conciliar historias y vivencias... ¡Qué bien le has cogido las medidas a tu alforja!).
Muy bien, Holmes.
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