miércoles, 4 de noviembre de 2015
Volví a soñar con mi primo después de mucho tiempo. Fue, creo, en la madrugada del jueves al viernes, o acaso la anterior, no lo sé. Lo que importa es que él conservaba exactamente el mismo rostro, el mismo semblante desavisado y próximo, la misma despreocupación que le recuerdo a casi veintiún años desde que nos dijéramos adiós para no volver a vernos. En el seno del sueño aparece siempre igual, siempre confiado, como si no pudiera sospechar ni de lejos que la tragedia lo acecha y que acabará engulléndolo una noche inmediata y que ya han transcurrido dos décadas completas. Todo en él se detuvo en un instante inamovible que ignora cualquier forma de futuro y que para mí se confunde, ahora, entre el pasado y la ficción, breve salto entre la memoria y el olvido. Él no lo sabe, pero ahí sigue. Y seguirá mientras yo lo sueñe.
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