domingo, 18 de marzo de 2012

UN CLÁSICO

El anecdotario de la literatura afirma que Stendhal tardó 53 días en redactar La Cartuja de Parma, un clásico. Pero pronto hará todo ese tiempo -más de mes y medio- que empecé a recorrer los renglones del volumen y todavía no he alcanzado la mitad de los capítulos. ¿Mi culpa? Qué ingrato leer para sentirse culpable... Las primeras cincuenta páginas no consiguieron atrapar mi atención; las cincuenta que seguían me convencieron de que la peripecia del protagonista me dejaba indiferente, o casi; antes de alcanzar las doscientas, me repito que solo el prestigio de su autor y la sancionada clasicidad de la obra son las razones que me sostienen en el arduo empeño de la lectura. Yo no sé si las páginas que siguen rebatirán el creciente hastío que supone para mí transitar por un folletín decimonónico cuyo afán de digresión y cuyo caudal de personajes accesorios casi me exaspera. ¿Es tanta la diferencia de calidad literaria entre este novelón indiscutido y otros mamotretos de la época que no disfrutaron ni disfrutan de la etiqueta Stendhal que a este consagra? Qué sé yo... La reflexión me devuelve al viejo debate sobre el prejuicio de los clásicos, y me reafirma en la antigua convicción de que los libros deberían editarse lo más desnudos que se pueda, prescindiendo de todo aval que no se sostenga únicamente en la ristra de palabras que les da su ser, desde la primera hasta la última, porque solo así prevalecería el sentido crítico originario. Pero ya sé que mi propuesta es inadmisible, la vergonzante quimera de un lector lentísimo que no sabe degustar un clásico.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La vida es tan corta como infinitas las lecturas pendientes. Siempre me digo esto para abandonar un libro sin culpabilidades, por muy clásico que sea. Aunque también me empeño en elegir mis lecturas por el prestigio que otorgo de antemano al autor y a su cualidad de clásico, lo cual no deja de ser un elitismo que, como tal, me limita. Un clásico, al fin y al cabo, no es más que el producto de una convención sucesiva de cánones de época, y si resulta que ni siquiera comulgamos (algunos) con el canon de la nuestra, ¿por qué fiarse a ciegas del prestigio de Stendhal?

El niño vampiro dijo...

La Cartuja de Parma es un peñazo. Yo apenas pude con él. En cambio, El Rojo y el Negro, de Stendhal también, sí tiene todo lo que se le puede pedir a un clásico y me hizo disfrutar horreurs.
Un saludo.