Según designación de instancias internacionales, el Día Mundial de la Poesía fue jueves, anteayer.
Por la mañana intenté conmemorarlo de algún modo con mi alumnado, dentro y fuera del aula, y al final, creo, concluimos entre todos que este mundo nuestro sería más habitable si las mujeres y los hombres leyéramos más poemas.
Después, inesperadamente, recibí en mi teléfono el mensaje de un amigo autodesterrado, un poeta enorme cuyo contacto se me extravió dos meses atrás. Me saludaba con un hayku (suyo, supongo) que luego, paladeándololo, se me ocurrió modificar hasta convertirlo en otro hayku (mío, supongo). He aquí el modelo:
Preso en su jaula,
no encuentra dicha el pájaro,
pero la canta.
Y he aquí mi osada variación:
Libre en su cielo,
no encuentra espacio el ala
para ser viento.
A la tarde acudimos a la lectura poética de tres autores conocidos, en el floreado enclave del Museo Gaya. Darío permaneció más o menos atento a la novedad, escuchando y aplaudiendo, observando el misterio de palabras y silencios; hasta que lo venció la hora y tuvimos que abandonar para que no se nos durmiera en el camino de vuelta.
Al regreso, tuve aún voluntad para equiparme y salir a restaurar por segunda vez la increíble marca de 105 minutos dando vueltas a mi circuito habitual, bajo el signo de una luna que se alzaba en el horizonte, orgullosa y ajena, impasible.
No fue mal día el jueves.