La burocracia gasta su propia jerga, un derroche de expresiones y modos administrativos que siguen llamando mi atención, sea por el nivel de sugerencias que propagan o por la carga poética que atesoran si se extraen de su contexto.
En mi caso, como profesor, deambulé ocho años en la situación de "expectativa de destino" (¿no suena maravilloso?), y ahora llevo algunos más con "destino definitivo" (esto parece más serio, ¿no?), lo cual es solo un formulismo, porque ya han sido tres mis destinos definitivos y no podría decir que no vaya a disfrutar de alguno más; conozco, también, a unoa cuantos "desplazados de su destino" (genial pirueta de los azares y las casualidades de la vida), lo cual no deja de ser una suprema ironía del mismo.
Muchos de estos modos y expresiones, en tiempos, estuve tentado de apropiármelos como títulos de algún poema o de algún volumen de poemas: Parte de ausencias fue acaso el más cercano, pero también Orden del día, Horario lectivo, Baja indefinida, Expone y solicita, Silencio administrativo... Y un largamente prometido Manual de ignorancias que voy puliendo a ratos, con paulatina desgana, y que quizá se despache en mi anhelado y secreto año sabático.
viernes, 30 de septiembre de 2016
martes, 27 de septiembre de 2016
La última novela que he leído es en realidad una relectura: L'amore coniugale (1949) de Alberto Moravia, un relato de poco más del centenar de páginas en el que caben sutilmente los rigores psicológicos de un matrimonio burgués, sin hijos, la evocación del devaneo adúltero de la esposa con el barbero del pueblo y la aventura literaria del marido que, ejercitado en la crítica, quiere ser novelista. Mientras pasaba las hojas me sorprendía la novedad de una trama cuyos pormenores no recordaba bien, o que intuía en el seno de ese déjà vu que se solapa a las relecturas. La primera vez la leí sin detenerme, en la meseta treintañera de cualquier domingo ocioso; ahora, en cambio, he necesitado el cuentagotas de momentos sucesivos y de distintos espacios para aprehender mejor -creo- su pirueta metafictiva, el doloso conflicto entre el escritor y el hombre, esto es, entre el arte y la vida. Ah, y un recado para no olvidar, para no ceder a la autocomplacencia: esos siete puntos y la conclusión que el protagonista-narrador vierte al comienzo del capítulo XIV, a modo de crítica feroz de la novela homónima (así se titula, El amor conyugal), fallida, aún inédita, que él mismo se ha empeñado en perpetrar.
domingo, 25 de septiembre de 2016
Muchas cosas por escribir, innumerables avisos camuflados en la agenda o garabateados con premura en trozos de papel perdidos, excrementos de una vocación que exigía cierta disciplina y que sin embargo no obviaba su naturaleza discontinua, fragmentaria. Ya no es solo la falta de tiempo, esa queja perpetua que carcome mis días, sino la conciencia clara de una fe desubicada y dispersa, sin pulso, decadente, incapaz de centrar las menguadas energías o de convocar el clima exacto para el pensamiento y las palabras, el espacio soberano de la escritura. Semanas y meses de contemplación estéril, de reflexiones sin presencia, de contrariedades inútiles, de vagos propósitos de enmienda. Hasta llegar aquí, a este punto que no sabe si es final o será aparte.
lunes, 5 de septiembre de 2016
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